12  DE  OCTUBRE  DE  2006

colaboración del Ing. Fernando M. Fluguerto Martí

Hace 514 años tres carabelas, tres pequeñas embarcaciones, traían un puñado de hombres al Caribe. Esos hombres, a los que no acompañaba ningún sacerdote cristiano, eran dirigidos por Cristóforo Colombo, un personaje de origen incierto cuya
principal preocupación era el beneficio material que pudiera sacar de estas tierras, de ese Nuevo Mundo, que daba a conocer.

De hecho, el continente americano ya era conocido, y explotados sus recursos naturales, por muchos siglos antes; tanto desde el océano Pacífico como desde el litoral Atlántico. Aunque un pacto tácito, firmado por fenicios  sobre el mar, lo mantenía fuera del alcance y conocimiento del público.

Pero entonces. ¿ Qué había cambiado en el mundo para que hacia fines del siglo  XV  una potencia oscura y omnipresente en la historia decidiera oficializar su existencia y permitir que un río de ambiciosos aventureros inundaran nuestras tierras ?

Es como el agua que surge de un manantial en la roca  y puede leerse en libro del Apokalypsys. Las "alas del águila grande" habían trasladado 185 años antes al "desierto" el mayor tesoro de la Humanidad.

El Santo Grial, "domus Dei in magno glaston", había venido al sur de América. La flota templaria de velas blancas y cruces rojas, que había levado anclas en La Rochelle en 1307, había recogido el Grial y otras reliquias en el sudoeste de Britania, y lo había traído a la Patagonia. Desembarcando en el Fuerte Templario que las aguardaba desde mucho tiempo en la Bahía sin Fondo.

Y los hombres de negro, urgidos por esta maniobra, se precipitaron  entonces a buscarlo. Lo persiguieron sin éxito, pues "la tierra" americana de la patagonia "se tragó" ese río de gente y no le permitió atravesar el Cuvu Leuvú y alcanzar el templo del Espíritu de Dios.

Si hoy, cinco siglos luego de esos intentos, el Grial sigue custodiado y oculto a los ojos de los hombres negros, en el último desierto, en el corazón de la nada, protegido por un gigantesco escudo de 27000 Km2 de extensión y un kilómetro de roca basáltica volcánica de espesor.

Hablamos de la meseta de Somuncurá, cuyo nombre, Piedra que Habla, invoca el Verbo Divino. Ilustre desconocida para todo el público y aún para los habitantes de Argentum. Y no mancillamos ningún arcano al revelar la situación del enclave donde es custodiado el Santo Grial, pues no podrán llegar a él antes de que se manifieste en Gloria y Majestad.

El mismo Sol de Tiahuanaco, del Inca y del Tehuelche que en triunfo se elevará por sobre el mar amargo y salobre, en el horizonte divino de nuestras costas patagónicas marcará ese tiempo. El tiempo del nuevo amanecer, del despertar de una nueva era, para lo que quede de la Humanidad.