CARÓTIDA DESTITUYENTE

por Antonio Caponnetto

 

Como es bien sabido, El Presidenta Kirchner ha sido operado con urgencia de una severa patología en la arteria carótida derecha.

Sin problemas mayores con la izquierda, la intervención se produjo en un sanatorio privado, porque los hospitales públicos son un lujo que los mandatarios dadivosos sólo reservan al pueblo llano.

Nadie busque explicaciones corrientes a tan penoso suceso. Ni los años, ni el sedentarismo, ni el  estrés alcanzan a cubrir la etiología del desarreglo vascular. Tampoco el porcino fogoso degustado en el ranchito calafateño, y que tan entusiasmada ha dejado a Madame Circe. No, repetimos; esto no es cosa de ingestas grasas, ni de nerviosismos redrádicos, ni de los trajines que la existencia conlleva. Es evidente que la conspiración, tantas veces denunciada desde atriles variopintos, ha logrado el cometido de tumbar al Néstor, el dolarnauta.

Mal hicimos en juzgar a la oposicíon como un hato de inútiles y de cómplices del sistema. A la vista ha quedado que se traían una placa de colesterol bajo el poncho. En apriorismo caímos cuando desechamos toda tesis conspirativa, sin advertir la isquemia fachista que todo lo ronda, desde el sillón cuasirivadaviano de Cleto hasta la mesa opípara de Chiquita Legrand. ¡Qué razón llevaba el siempre razonable D’Elía cuando nos advertía sobre las amenazas de la oligarquía glucosa y su constante fabricación de trombos ruralistas y émbolos de raza blanca! ¡Qué premonición la de Aníbal al querer llevar ante el rosado tribunal de Oyarbide una denuncia penal para que se declare delito de lesa humanidad al ACV!

El quirófano del Sanatorio Los Arcos ha salvado a la democracia. Pero quedan dos enseñanzas que la historia no debería desechar. Al menos la historia personal de los Kirchner, que arranca con el abuelito usurero o un poco más atrás.

La primera lección es que la noche del Domingo 7 –creer o reventar en las leyendas populares- no hubo trombosis más ajena a la preocupación popular  que la del cerebro de Néstor. En vano la hipocresía querrá suplir con su manto de ademanes corteses un sentimiento que estuvo ausente. En vano La Cámpora ensayó un improvisado santuario en las puertas de la clínica, rejuntando a un manojo de adulones subsidiados. Los únicos realmente preocupados eran y son los muchos socios oficiales del latrocinio, los compañeros de ruta de las prebendas sucias, de los negocios infames, de los contratos privadamente suculentos. Desfilan temblorosos ante el catre del pirata mayor, suplicando al averno que una carótida rebelde no los prive de la fiesta del hampa en la que viven revolcados.

No se necesita parafrasear temerariamente al grito gorila de 1952, vivando al cáncer. Porque la sociedad -aunque descristianizada para inhibirse de aquel grito por caridad- ha aprendido que los bacilos son inocentes de su misión destructora. Culpables en cambio, son los políticos que se comportan como tumores degenerativos del cuerpo social. Hoy, el cáncer son los Kirchner. Pero, ¿pueden éstos acaso, sanos o enfermos, seguir negando esta penosa realidad de ser al presente los sujetos más unánimes del odio colectivo?

Acostumbrados como están a las estafas, ¿pueden seguir adelante con el embeleco de su propia aceptación social, sin percibir que el país real los detesta hasta el límite de no poder tolerar siquiera su aparición en público? Encapsulados en su petulancia moral y en su prepotencia monetaria, ¿tendrán que verse humanamente vulnerados por una enfermedad para tomar conciencia de que han sembrado el desprecio rotundo de los argentinos honestos?

La segunda lección es más grave y nos aparta de cualquier chanza. Enviado que se le hubo al paciente un sacerdote –el Padre Juan Torrella- para administrarle la Unción de los Enfermos, el mismo fue rechazado abiertamente. Ni el cura ni la familia del enfermo callaron la evidencia.

No cabe ninguna sorpresa, por cierto. Apenas la corroboración lamentable de lo que todos sabemos: que los Kirchner son una gavilla de impíos, persecutores de la Fe Católica y del Cristo Vivo, tanto como adoradores del estiércol de Satán, según bien llamaba Papini al dinero.

Algunos dirán que es mejor así. Porque hubiera sumado confusión y sacrilegio contemplar al pobre diablo ungido benevólamente con los sacros óleos, antes que con el rigor del ritual exorcista, que mucho necesita. Personalmente hubiéramos preferido la conducta del Don Guido de Antonio Machado, trocando en las situaciones límites su amor “a las sedas y a los oros” por el sayo de nazareno. Pero no es para todos la metanoia, ni la grandeza de espíritu ante la fragilidad de la carne. Tras el inicuo rechazo al orden sagrado, portador del consuelo sobrenatural, queda a la vista que la gracia sacramental hubiera sobrevolado en vano buscando la naturaleza. Porque el animal herido no admite bendiciones, sino lamerse a solas y recelosamente la sangre.            

Demos gracias de que Kirchner esté vivo. Ya tuvimos demasiado con el embalsamamiento de Alfonsín, la peña tanática de Mercedes Sosa y el desfile de nenas ante la pelvis postrimera de Sandro. El Congreso, pensado para las grandes carnestolendas y comparsas, ya no aguanta más tantas danzas de la muerte.

Demos gracias además de su pronta recuperación. Porque lo que Dios disponga para su negrísima alma en la vida eterna, a Dios compete, y  a su tiempo no fallará el Altísimo. Pero lo que deseamos nosotros aquí abajo es la justicia. Y la justicia ha de ser un Kirchner preso, vilipendiado por la nación entera, purgando hasta el final de sus días, tras las rejas, todo el oprobio, toda la ruina, toda la desvergüenza que le viene causando a La Argentina.