CORRUPTOS Y CORRUPTAS

por Antonio Caponnetto

    
        No puede estar lejos el día en que los diccionarios incorporen como primera acepción de la palabra corrupción el neovocablo kirchnerismo, acotándose que el mismo procede del gentilicio de un malhadado crápula que tiranizó a su patria, dejando en herencia una viuda cómplice de cuanta rapacidad y fraude se cometía a diario. La realidad no desmentirá entonces a la semántica. Ni la ideología podrá enmascarar la evidencia. Porque los hechos mandan con el peso caudaloso de sus manifestaciones visibles.
        
        Si fastidia el registro puntilloso de los casos de putrefacción —cada día más frecuentes, gravísimos y escandalosos—, enúnciense las principales áreas en las que la hediondez oficial campea a su gusto. El kirchnerismo es la corrupción política, toda vez que se viene haciendo uso del poder para un incremento codicioso del patrimonio personal. Plutócratas y oligarcas de burdísimo porte conforman sus huestes, y cada peso robado que emerge de sus faltriqueras roñosas es una burla trágica a una sociedad desfalcada.
       
        Es además, y por lo mismo, la corrupción económica. Patente en lo poco —una ministra que esconde una bolsa de dólares en el baño—, y patente en lo mucho, llámese mafia de los fármacos adulterados, tráfico internacional de drogas, lavado de dinero con sumas siderales o blanqueo de capitales para beneficiar a los magnates de la coima. Usureros y estafadores de abultados prontuarios y toscos ademanes son la plana mayor del kirchnerismo. Sus solas e impunes e insolentes presencias miden la náusea que los informa y en la que cohabitan sin sobresaltos.
        
        Pero es, en tercer lugar y principalmente, la más oprobiosa corrupción moral que registre nuestra historia. No se tenga a la afirmación por desmedida sino por sopesada. Búsquese el área que se quiera, y allí donde se encuentre en grado superlativo esa “purulenta secreción de las almas rencorosas”, de la que hablara Ortega y Gasset, se hallará la quintaesencia del kirchnerismo. Sirva de ejemplo, por un lado, la horrenda falsificación del pasado, invirtiendo las categorías de los réprobos y elegidos en la lucha contra el terrorismo marxista, otorgando gloria a los partisanos y cárcel, vejamen y muerte para las Fuerzas Armadas de la Nación. Y sirva de ejemplo, por otra parte, el regusto mórbido cuanto soez por promover la contranatura, a sabiendas de que en tal batalla el ofendido final es el mismo Dios Nuestro Señor. Es aquí donde las aludidas huestes del kirchnerismo se pueblan, ya no sólo de aves de rapiña o de profesionales del esquilmamiento, sino de cuanto vulgar depravado goza convirtiendo en ley los vicios más desmadrados.
          
        Tras cada caso concreto y feroz de corrupción está el nombre de ella, y aún muerto el de él, como todavía insisten en llamarse el uno y la otra, corrupto y corrupta, con sobreactuada separación de géneros, según el dictamen de los centros mundiales de la sodomía organizada. Ya otros nombres sin embargo compiten por el monopolio de la bazofia. Ternados están los de un portador de mostacho sobre el labio, coprolalia en las fauces y taradeces ridículas en lo que hace las veces de su testa. A su lado la dama del desarme policíaco, crecida en lípidos y en canalladas múltiples, concordes con su prosapia subversiva. Y de remate un hebreo errante, falsario y patán, experto en mensajerías cibernéticas, que es tener expertez en naderías.
         
        ¿Ésta es, al fin, la patria socialista que el setentismo alcanzó a construir de la mano de los Kirchner? ¿Estos son los aparecidos con vida por los que bregaban las nigromantes de la Plaza de Mayo? ¿Esta la sangre que jamás sería negociada, según consigna asumida con el fusil artero sobre el hombro? ¿Esta es la mentada militancia montoneril y erpiana tras cuyas huellas dicen seguir los facinerosos de La Cámpora? Y sí; es esto nomás: robo, parodia, muerte, inseguridad, ignorancia, miseria, dependencia y puterío. Lo es para vergüenza y escarnio perpetuo de los propagandistas del modelo. Aquellos que se llaman periodistas y son apenas piratas; o se autoproclaman intelectuales y no pasan de mulas de carga; o se consideran políticos y no desentonarían en la jaula de los mandriles. O se ufanan de llamarse rebeldes, siendo felpudos a sueldo de quienes lo son a su vez  del Poder Mundial.
        
        Contra la corrupción no queda sino el antídoto de las virtudes. Las teologales, cardinales, intelectuales y morales. Todas ellas son necesarias en la vida política bien vivida. Cada alma viciosa que recuperamos para la virtud es una baja que sufre el endemoniado gobierno. Enlacemos esas almas, saquémoslas de la podredumbre y llevémoslas hasta el campo siempre fértil de la patria. Así como el Chacho Peñaloza, siendo soldado de Facundo, enlazaba los cañones del enemigo y los arrastraba hacia la propia tropa para que prestaran el mejor servicio.

 

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