INELUDIBLES DECISIONES

por Alberto Asseff  (*)

                          

                        Afortunadamente va cobrando cuerpo la idea de que necesitamos Políticas de Estado, esas estrategias que no mutan ni se mecen al vaivén del gobierno de turno y del oficialismo del momento. Largo aliento es lo que requiere nuestro país. Tranco amplio, mirada a lo lejos, planes para una generación o más. Política para el futuro.

                        Antes que metas precisas en el campo institucional y social, la economía y la infraestructura, la Argentina reclama un cambio de actitud muy profunda.

                        Debe finalizar la bicentenaria cultura del conflicto permanente, de la confrontación, de la intransigencia. Llegó la hora histórica de la cultura del acuerdo, del encuentro. Siempre tendremos motivos para separarnos y pujar, pero debemos asignar la máxima prioridad a los planos, aspectos y puntos que nos permiten confluir. Unir a los argentinos será el mayor y más formidable negocio que haremos juntos. Hay que explorar, transitar y consumar ese objetivo de unirnos. Debemos esforzarnos por superar las ideas viejas, las ideologías llenas de moho, la acechanza de quedar atrapado por dilemas inútiles, por arqueólogos en vez de estadistas. El rostro de la civilización es la convivencia y el de la democracia, lejos de la indolencia, la participación y el civismo.

                        Lo otro, correlativo con la actitud precedente, es y debe ser el patriotismo como denominador común, como variable esencial, como modo de ver, enfocar y decidir las cosas colectivas. El patriotismo nos enlazará y hará posible la consumación de las Políticas de Estado. El patriotismo es el cimiento de esas estrategias. Sin aquél, éstas son inviables.

                        En orden a las decisiones puntuales que debemos adoptar ineludiblemente lo primero es apostar a la madre de todas las políticas, la educación. Debe tender a la excelencia vía la creciente exigencia y apuntar a la recuperación de la escuela pública, único modo de asegurar la igualdad de oportunidades para todos. No hay porvenir si no garantizamos esto.

                        Lo segundo es ser cada vez más creativos e innovadores. El Ministerio de Ciencia y Tecnología debe adquirir ascendente relieve porque necesitamos más investigación, conocimiento, valor agregado,  formación y retención de cerebros y talentos - graduarlos para que se marchen es un contrasentido perverso -, y mucha I+D+i  - investigación, desarrollo, inversión. La asociación con el empresariado es vital. La política impositiva debe incentivar la inversión en investigación e innovación. Al capital extranjero no hay que tenerle miedo, sino invitarlo y ponerle reglas estables. Hay que investigar y promover nuevas energías, las del s.XXI. La economía pide más liberad de iniciativa y menos subsidios.

                        Lo tercero es reformar al Estado para que sea mucho más funcional en su rol orientativo y controlador que pesadamente burocrático. Hay que establecer la carrera administrativa en serio y descentralizarlo. Para esto es inevitable una memorable nueva ley de coparticipación de impuestos que refederalice al país. Aunque si nos atenemos a las certeras estigmatizaciones de Juan Bautista Alberdi, desde la cuna fuimos metropolitanistas, si se admite el vocablo. Alberdi decía que "...Buenos Aires domina a las provincias con los recursos de ellas y con sus propios hombres". Clarividente y profético acerca del demencial unitarismo que padecemos.

                        Lo cuarto es tener una Justicia efectivamente independiente y realmente controlada por un honestísimo y profesionalísimo Consejo de la Magistratura. Si la Justicia es independiente se sepulta a la impunidad. Así morirá la matriz de la corrupción que lo corroe todo.

                        Con una Justicia como manda la Constitución a la Argentina la regirá la ley y en ese molde los argentinos del llano vamos a inhumar el funestísimo "hecha la ley, hecha la trampa". Es inimaginable los portentos que haríamos si enterráramos la trapaza y engendráramos los valores, los compromisos, las responsabilidades, la fidelidad con la palabra dada, en suma la ley, tanto moral como positiva, es decir la legislada.

                        Por supuesto que deberán eliminarse monstruosidades como los superpoderes, esos que habilitan para que un jefe de Gabinete mueva, de una partida a otra, miles de millones de pesos asignándolos a lo que pergeñaron la noche anterior una o dos personas en medio de un cafecito en Olivos. Tendremos que ser esclavos de la confiabilidad oficial. El día en que la palabra del Estado vuelva a ser creíble veremos un horizonte anchurosísimo. Esto significa un INDEC ejemplar. Salvo por una catástrofe o para defender nuestro mar argentino, por señalar dos trascendentales asuntos, los decretos de necesidad y urgencia deben desterrarse.

                        Debemos promover una transformación de la infraestructura, desde autopistas y ferrocarriles para conectar toda la periferia y los países vecinos hasta estrategias pro exportadoras con valor añadido, las únicas que aseguran empleo y salarios buenos. Los canales surcarán las vastedades llevando agua, es decir vida, a las regiones áridas. En todo el país hay que hacer una cruzada de construcción de viviendas sociales, no para regalarlas, sino para que se obtengan con el trabajo. Este crecerá porque la seguridad jurídica y el apego a ley generará el 'milagro' de la inversión. Ensanchándose la actividad se despliega el trabajo. El consumo no aumentará porque se incrementa el gasto público y los subsidios estatales, sino porque se desarrolla la economía.

                        El estímulo a la libre competencia es tanto una Política de Estado como una llave maestra de la buena economía, la que aumenta los bienes y su calidad, mejorando el precio.

                        El campo debe expandir su producción y hay que estimular que cada día vendamos menos materia prima y más producto terminado o semiindustrializado.

                        Hay que explorar 2 millones de kilómetros cuadrados en el territorio y un millón en la pampa 'mojada', el mar argentino. A este hay que custodiarlo y aprovecharlo. El objetivo de un submarino nuclear y de un par de buques polares propulsados por motores nucleares debe ser nacional y plasmarlo. La Argentina hidrocarbonífera deberá emerger al mundo al compás del éxito en sus trabajos exploratorios. Así, las Malvinas estarán a un tranco de regresar al seno nacional.

                        La política exterior deberá lograr que la Argentina se reubique en el mundo. Más prestigio, influencia y peso. El planeta como mercado y Sudamérica unida. He ahí las ambiciosas metas.

                        Existen más grandes Políticas, esas que están en las antípodas de la que sufrimos cotidianamente. Pero hay una cuestión esencialísima que permite darle un colofón adecuado a estas líneas: está prohibido en la Argentina de las decisiones ineludibles atentar contra la esperanza colectiva. El mensaje escéptico o cínico debe ir a parar al quinto infierno. Los pueblos se nutren, antes que nada, de esperanzas. La Argentina debe darlas y en abundancia. La Argentina debe reenamorarnos. Es inimaginable lo que haríamos con esa motivación.

 

(*)  Dirigente del PNC UNIR

Unión para la Integración y el Resurgimiento

                           pncunir@yahoo.com.ar