DEMOCRACIA EUROPEA:  LA PACIENCIA DE NAPOLITANO

por el Lic. Marcos Ghio



Lo que expondré ahora, si bien es importante, carece de carácter documental pues no hubo testigos presenciales. Volvía, en el año 1995, de un viaje a Italia por razones familiares y políticas. No recuerdo si fue en San Pablo o en Río de Janeiro en donde tuve que hacer una larga escala esperando el trasborde con otro avión que iba a Buenos Aires. Fue en esa circunstancia que entablé conversación con una persona mayor que yo que estaba sentada a mi lado y que era de origen italiano. Sin que mediara presentación alguna de mi parte se me hizo conocer como un senador de ese país del partido Comunista, pero que estaba en ese entonces a punto de cambiar el nombre por algo más potable y democrático. Se trataba de un tal Napolitano quien diez años más tarde iba a ser presidente de la república. Como lo encontré sumamente accesible en la conversación aproveché la circunstancia para exponerle mis puntos de vista sobre mi reciente viaje a Italia. Le comenté que venía de una familia de partisanos afiliados al partido comunista que, por razones laborales, había emigrado a la Argentina y que yo había abjurado de tal tradición haciéndome fascista, y que incluso había respaldado desde la Argentina a aquel sector de Rauti de la Fiamma Tricolore que manifestara mantenerse fiel a sus principios en contraposición de la postura postfascista de Fini de integrarse al sistema; pero he aquí que al volver de tal país lo hacía sumamente defraudado por todo lo que había visto. En primer término le manifesté que la política italiana me resultaba sumamente aburrida y confusa.

La gente se la pasaba hablando de Berlusconi casi todo el tiempo, pero no de cuestiones relativas a los principios. Se lo criticaba mucho, se decían de él las peores cosas, pero se lo terminaba votando. Había estado en vísperas de un acto electoral y constataba cómo los debates televisivos eran realmente monótonos e insulsos y en realidad, a pesar de haberse dicho varias veces que en Europa había más madurez y conocimientos políticos que en nuestro país, de hecho constataba que nadie sabía con exactitud por qué iba a votar. Había un plebiscito por el que se debían aprobar unos 12 asuntos, pero el único que se sabía certeramente era el relativo a si Berlusconi podía o no tener tres canales de televisión. Los otros once asuntos eran una verdadera incógnita y yo que había presenciado los debates televisivos nunca había podido entender de qué trataban. Pero mi defraudación mayor fue cuando me invitaron a hablar en Milán en el local del partido de Rauti para explicarles la situación argentina. Resulta que esa gente de fascista tenía muy poco y en cambio mucho de comunista. Reivindicaban a los montoneros de la Argentina llegando a decir que los 30.000 desaparecidos eran sus camaradas, endiosaban la figura del Che Guevara y tras leer su programa, en vez de encontrarme con una postura crítica hacia lo modernidad y el consumismo propia de una derecha tradicional, me hallaba con una plataforma en donde lo que se enfatizaba era en las reformas sociales, rivalizando así con los comunistas ortodoxos respecto de quién era más de izquierda.

Napolitano me escuchó muy atentamente sin siquiera inmutarse y seguidamente me contestó lo siguiente. “Mire qué cosa curiosa, nuestro periplo personal, si bien le llevo a Ud una generación completa, ha sido exactamente a la inversa. Vengo de una familia fascista y yo mismo a los 20 años lo era, pero después, cuando el régimen se desplomó, me di cuenta de que era algo definitivo y de que tenía que reubicarme socialmente. Nunca me gustaron mucho los norteamericanos, y en ese entonces comprobé que ser comunista era una gran ventaja. La burguesía italiana siempre fue muy miedosa y si fue fascista lo fue no porque creyese en el Imperio, sino porque se le garantizaba su existencia. Luego, como el comunismo ganó la guerra, precisaba de alguien que fuese su embajador en el país y que le garantizase seguir estando a cambio de concesiones. Nosotros nunca quisimos tomar el poder, sino ser alimentados por éste actuando como contrapeso. Éramos pues, contrariamente a lo que se piensa, los garantes necesarios de la existencia del sistema burgués y democrático y no sus pretendidos destructores. Claro que las cosas empezaron a cambiar un poco para todos cuando el comunismo cayó; entonces se nos terminó por un tiempo el negocio de la representación y una vez más tuvimos que adaptarnos a la nueva situación creando una izquierda democrática y progresista que captara las voluntades de un electorado que no quisiese ser católico y de derecha como tantos burgueses temerosos de que una libertad extrema concluya con la que ellos tanto defienden. Por eso ahora nos estamos cambiando el nombre, pero seguimos en el fondo siendo lo mismo, nuestro papel es el de representantes. Con los fascistas del movimiento social pasó algo parecido a nosotros, pero a la inversa. Ellos la jugaron siempre como el mejor antídoto contra el comunismo, respecto del cual decían que no había que creernos y que en el fondo queríamos hacernos con el gobierno. ¿Y qué ha pasado luego cuando este cuco desapareció? Bien, como nosotros se tuvieron que readaptar. Fini buscando dentro del sistema a una derecha que sin ser progresista tampoco quisiese volver a la Edad Media, se diría una derecha pragmática y sin principios y los otros los de Rauti vieron el negocio por el lado izquierdo que nosotros les dejamos vacante. Por eso quieren ser ahora los revolucionarios que nosotros no somos más ni siquiera de palabra. Tal como verá mi amigo vivimos en la tierra de Maquiavelo y la política es en última instancia un gran negocio, él supo separarla adecuadamente de la ética. Son dos terrenos distintos lo público de lo privado. Y con respecto a que la política italiana lo aburre pues no tenemos un Menem como Uds. No pierda las expectativas. Déle un tiempo más a Berlusconi y ya va a ver cómo los superamos en abundancia.”

No puedo dejar de reconocer lo acertadas que fueron las apreciaciones de Napolitano y comprender ahora las razones por las cuales hoy ha llegado a presidente. Desde hace días que no puedo dejar de leerme el Corriere della Sera en lo relativo a los distintos escándalos sexuales en que ha incurrido el proxeneta que hoy gobierna tal país. Primero fue con una joven a la que engalanó con joyas y a cuya casa concurría con conocimiento de los padres, los que a su vez se retrataban con ésta por los medios públicos en señal de aprobación; todo lo cual terminó provocando el divorcio con su esposa y ahora una serie de escándalos sexuales con otras menores de edad de distintas nacionalidades, demostrando así que la inmigración al menos en Italia tiene su razón de ser, y con otra serie de escándalos que hacen palidecer los que nosotros a diario vivimos en la Argentina, con una verdadera cuota de humor y entretenimiento de la que, reconozcámoslo ahora, gracias a la paciencia que nos sugería Napolitano, podemos disfrutar.

Pero lo mejor de todo y que también ratifica lo dicho por el aludido presidente es que es cierto que la política también allí se encuentra disociada de la ética. A pesar de que Berlusconi sigue cometiendo alevemente sus fechorías, no solamente sexuales. A pesar de que se niega a presentarse ante los jueces y a pesar del clamor sea de la Iglesia, como del parlamento y hasta de su mismo partido para que deje el cargo, las encuestas más recientes indican que la gente no desea en el fondo que se vaya en tanto que lo principal para ella, que es la situación económica, no le va todavía tan mal. Es decir que la panza y el interés es lo más importante de todo. Pero lo más grave todavía es que son muchos los encuestados que, además de no querer que se aleje de sus funciones, en el fondo lo envidian y querrían encontrarse en el lugar de él disfrutando de la pulposa Ruby o de otras prostitutas de 5000 euros. A tal pueblo entonces, tal gobierno, es decir, democracia.