DIALOGUEMOS

por Denes Martos   -   www.denesmartos.com.ar

 

Seguramente la palabra más repetida (y hasta el hartazgo) durante las últimas semanas, después de la batahola electoral, es la palabra “diálogo”.

Es que las últimas elecciones del 28 de Junio pasado resultaron algo traumáticas. Por de pronto, fueron las elecciones con más ausentismo desde que se reinstauró el electoralismo democrático; y probablemente una de las cosas más significativas es que la negativa a ir a votar – a pesar de la teórica obligatoriedad del voto – viene creciendo en forma constante. Esta vez, prácticamente el 30% del electorado se quedó en casa declarando con ello su total desinterés por las opciones del sistema. Aunque hay que matizar. Tampoco se puede pasar por alto la irresponsabilidad criminal de los politicastros gobernantes de apiñar a literalmente millones de personas en los estrechos pasillos de las escuelas justo en medio de una pandemia de gripe cuando la característica principal de esta gripe es su tremenda capacidad de contagio. Más de uno debe haberse quedado mirando televisión por la simple y sencilla razón de no querer estar en cama con cuarenta grados de fiebre al día siguiente. Así y todo, decenas de miles estuvieron así la semana posterior y nuestras beneméritas autoridades, que creyeron poder manipular las cifras de la pandemia con la misma impunidad con la que “dibujan” las del INDEC, de 3.000 casos que habían admitido en un principio tuvieron que confesar unos 100.000 apenas 48 horas después. En la Argentina, la ineptitud, la irresponsabilidad y la incapacidad ya tienen dimensiones patológicas.

Pero, en fin; sea como fuere, el hecho es que Don Néstor no se salió con la suya esta vez y su tristemente desorientada mujer tuvo que salir a interpretar de un modo directamente tragicómico los resultados electorales de El Calafate para tratar de dar la cara con algún tenue atisbo de triunfalismo. Una cara que ya está pidiendo a gritos una refacción general, y no sólo debido al deterioro ocasionado por los traspiés políticos.

La cuestión es que el traspié electoral ha obligado al gobierno a abrir el juego, al menos en cierta medida y por lo menos para ganar algo de tiempo. Esa táctica es la que ahora se llama “diálogo”.

¿En qué consiste ese diálogo?

No nos engañemos: en primerísimo lugar consiste en una discusión acerca del reparto de la torta. ¿De qué torta? Pues, eso es fácil de ver: el de la plata que hay en juego. Moyano ya le pegó el zarpazo a la plata de las obras sociales – no sin fuertes gruñidos de protesta por parte de varios otros caciques sindicales – y los “ganadores” de las elecciones también reclaman ahora su parte. O una mayor parte. En un sistema en dónde el poder está dado principalmente por el dinero que paga las lealtades y las campañas políticas, dónde el asistencialismo social es una dádiva que se cobra – o al menos que se intenta cobrar – a la hora de los votos, la participación de “la caja” no es un asunto secundario. Quizás en política no sea tan cierto aquello de que el que tiene plata hace lo que quiere. Don Néstor tuvo que comprobarlo últimamente. Pero sí es absolutamente cierto que el que no tiene plata se queda fuera del negocio político. Y los “ganadores” del 28 de Junio exigen ahora su tajada. Ése es el objeto real del “diálogo” y, en el fondo, ése es prácticamente el único diálogo que hay.

Es que en política el diálogo sólo tiene sentido en absoluto cuando se establece alrededor de valores compartidos, cuando se produce en el marco de un proyecto común. El diálogo sirve para que personas que quieren lo mismo se pongan de acuerdo en cómo hacerlo. No sirve para que personas que quieren cosas diametralmente opuestas se pongan de acuerdo en que no van a querer cosas diametralmente opuestas. A lo sumo podrá servir para que se pongan de acuerdo en que quieren cosas completamente diferentes. Con lo cual esa clase de diálogo sólo sirve para confirmar lo que ya se sabía de antemano.

Lo que hay que saber es que, a la hora de tomar decisiones, no hay una cantidad infinita de métodos para tomarlas. Se pueden tomar decisiones en forma unipersonal, autocrática e inconsulta. Es la forma que tienen los jefes, los gerentes o los dirigentes que simplemente vienen y te dicen “Se hará tal cosa. ¿Por qué? Porque lo digo yo y punto”. No es una forma demasiado simpática pero, cuando el jefe es una persona capaz y competente, puede funcionar. Es la forma en que Kirchner ha querido venir manejando la política argentina durante los últimos años. Sólo que, para nuestra desgracia, la precondición de capacidad y competencia es algo que Néstor Kirchner está bastante lejos de cumplir.

Hay otra forma que consiste en las decisiones colegiadas. Se junta una cantidad determinada de personas, se discute, se vota, y se termina haciendo lo que decidió la mayoría. Esta forma ofrece teóricamente la ventaja del conocido “cuatro ojos ven más que dos”. Una cuestión iluminada por los puntos de vista de varias personas con criterios y conocimientos diferentes probablemente quedará mejor iluminada que bajo el criterio y las luces de una sola persona. Pero, en la realidad y en la práctica, las decisiones colegiadas son casi siempre un engaño; y en muchos casos una estafa. En primer lugar, en las asambleas por lo general la decisión ya está tomada de antemano y el debate se da solamente para juntar los votos que se necesitan para legitimarla. En segundo lugar, los que debaten no lo hacen tanto para tomar una decisión sino para impedir que los otros tomen una diferente. En tercer lugar, en una asamblea las responsabilidades se diluyen; el asambleismo es el método más perfecto que se ha inventado para evitar la responsabilidad personal por las decisiones tomadas. La decisión mayoritaria equivale siempre a Fuenteovejuna. Si bien a la hora de los desastres en teoría se podría individualizar a los que votaron a favor y a los que votaron en contra, cuando los que votaron a favor son cincuenta, cien o doscientos ¿quién es el responsable? Existen las decisiones colegiadas; lo que no existe es la responsabilidad colegiada. La responsabilidad es siempre personal.

Por último, hay una tercera forma de tomar decisiones. Consiste en elaborar un plan estratégico y, durante el proceso del diseño del plan de acción, recurrir al asesoramiento de expertos y consultores realmente capacitados e idóneos para tener la seguridad de haber considerado al menos los factores más importantes, las dificultades más probables y las alternativas más viables. Una vez diseñado el plan de acción de esta manera, la decisión final de darle forma definitiva y de ponerlo en práctica es unipersonal y corresponde al dirigente, líder o jefe del proyecto. Este método tiene todas las ventajas de los dos anteriores – la dirección centralizada y el debate descentralizado entre varios puntos de vista – más una adicional: siempre es posible identificar al responsable por la decisión tomada.

Y esa ventaja adicional es precisamente la razón por la cual los políticos democráticos jamás adoptarán el método.

En la Argentina la palabrita de moda es ahora: “diálogo”. No es un diálogo sobre un Proyecto Nacional por la sencilla razón de que ese proyecto no existe. No es un diálogo sobre las alternativas y las opciones de un plan de acción coherente porque no habiendo proyecto tampoco puede haber un plan de acción que lo implemente. Perdón por la obviedad, pero no se puede implementar lo que no existe. No es un diálogo sobre metas y objetivos porque en la Argentina los políticos hacen lo que se les ocurre, cuando pueden, porque pueden y si pueden. Su único y exclusivo objetivo permanente es quedarse en el cargo el mayor tiempo posible y gozar de los privilegios y de las oportunidades del cargo en la mayor medida posible.

Y para eso no hace falta que se junten a dialogar. Sobre eso están todos absolutamente de acuerdo hace rato.