EL GRAN DILEMA ARGENTINO: ¿ES EL PERONISMO LA CAUSA O LA CONSECUENCIA DEL FRACASO DEL SISTEMA?

por el Lic. Marcos Ghio


Resulta a todas luces indudable que el peronismo es y ha sido en la historia argentina un verdadero cáncer y que difícilmente pueda ser igualado en casos de corrupción, mafia y violencia, superando con creces hasta la imaginación más ingeniosa e inverosímil en cuanto a los desaguisados cometidos. Tal es la conclusión que se saca, además de nuestro cotidiano testimonio, de la lectura de la obra de Marcelo Acuña, El corralito populista, editada hace un par de años, en la cual no nos dice nada que sea verdaderamente nuevo, sino que en todo caso sirve para refrescarnos un poco la memoria respecto de los inverosímiles robos y destrucciones a los que ha estado y está siendo sometido el país en los últimos años de gobiernos peronistas de todos los matices que se hubiesen podido conocer. Desde el ‘ortodoxo’ y fascista con Perón, Isabelita y López Rega, hasta el liberal de ‘derecha’ con Menem, para llegar finalmente a su expresión de izquierda con los Kirchner. En todos los casos, a pesar de las diferencias ideológicas conocidas, nos hemos topado con una serie de lugares comunes tales como los casos sumamente resonantes de corrupción e ineficiencia pública, así como de violencia e intolerancia política. Es de destacar sin embargo que el autor tiene la virtud por otra parte de no reducir solamente al peronismo tales fenómenos sino que también le achaca un mal similar aunque en grado menor a los otros partidos denominados opositores, entre los cuales especialmente se destaca el radicalismo en sus dos últimas experiencias históricas que también fueran sumamente catastróficas y en las cuales, si bien no con las facetas extremas denotadas con el peronismo, también nos hemos topado con casos similares de corrupción y violencia.

Sin embargo la gran falencia de la obra es que al autor, que se declara como un gran defensor del sistema liberal capitalista inaugurado por la Revolución Francesa en el mundo, ni siquiera se le cruza por la cabeza la posibilidad de que el peronismo no sea como él dice la negación de los principios democráticos y republicanos que él defiende, sino por el contrario una consecuencia natural de la aplicación de los mismos aunque con matices peculiares que son propios de nuestra idiosincrasia. De la misma manera que los tantos liberales que han abonado nuestro suelo a lo largo del tiempo él considera que tales principios sustentados por la mayoría de nuestros ‘próceres’ son y han sido extraordinarios y que habrían dado resultado en todos los países en donde se aplicaron (luego veremos en qué forma), pero lo que ha fallado ha sido cierta característica propia de la naturaleza argentina, la que a través del peronismo se ha mostrado reacia en llevarlos a cabo y que sigue perseverando en el error a pesar de todos los buenos ejemplos que la estarían rodeando por el mundo entero.

Nosotros al respecto pensamos que es exactamente al revés de lo que él dice: el peronismo es una consecuencia, no una anomalía respecto del sistema democrático que comenzara a implementarse en nuestro país con sucesivos altibajos a partir de mayo de 1810 y del cual acaban de cumplirse los 200 años.

La democracia se basa en un error esencial que es el concepto de igualdad entre los seres humanos tomándose para ello como patrón de medida al comerciante burgués que hiciera la Revolución Francesa. Como éste tiene por meta en la vida la satisfacción de las necesidades de su vientre es decir el ‘bienestar’, careciendo por lo tanto de cualquier visión de la trascendencia, y como tal cosa es una actividad que le insume la totalidad de su existencia pudiendo así, de ser librado totalmente a sus apetitos ilimitados, llegar a acumular para sí todos los bienes de la tierra sin preocuparse de los demás, es necesario que exista alguna institución que le ponga límites y que se encargue de recordarle que, en tanto hay otros, ‘su libertad termina donde empieza la de su semejante’. De allí es donde surge el eje principal de la doctrina republicana de gobierno. En tanto los hombres son por igual imperfectos y egoístas, tal como lo es la burguesía y su cría el proletariado, es indispensable ponerle límites al poder pues de lo contrario se haría absolutamente con todo y se convertiría en tiránico. Pero hay en tal formulación una contradicción de fondo. Un poder limitado no es poder, sino impotencia, pasando exactamente lo mismo con la libertad. Si a la libertad se le pone un límite deja de ser tal para convertirse en coacción. Los hombres no son iguales como predica el liberalismo y así como las personas se dividen en cuanto a su nivel mental y cultural y no se puede obligar a alguien de una condición superior a compartir una mesa con quien sólo puede ver los programas de Tinelli, de la misma manera es absurdo pensar que todos deban valer por igual un voto o que deban tener los mismos ‘límites’ a su libertad, es decir los mismos derechos. Debe considerarse pues que en tanto los hombres no son iguales, constatación ésta que salta a simple vista, además del burgués que solamente piensa en los bienes materiales, existen seres superiores a ellos, aristocracias para las cuales lo espiritual es el valor supremo y lo que es más que vida representa la meta de su existencia. Estos seres minoritarios, en tanto son superiores al resto, no solamente no deben ser limitados en el ejercicio de su poder, sino que se les debe solicitar que gobiernen al resto de la comunidad en tanto son capaces de hacerlo consigo mismos en la medida que han podido hacer primar en sí lo que es superior. A diferencia exacta de lo que pregona el liberalismo para el cual todos serían por igual libres en tanto su libertad estaría limitada, -aunque por otra parte bien sabemos que todo ello se trata de una auténtica impostura, en tanto termina convirtiéndose en la libertad del zorro libre en el gallinero libre-, la única verdadera libertad es la que no posee límites de ningún tipo y ella solamente puede ser ejercida por uno solo, el monarca, es decir aquel que en cuanto a su naturaleza, del mismo modo que Dios en el cielo, es superior a todos los demás. El resto por participación de tal principio lo es en cambio por grados de perfección. Ser libre es pues la capacidad de ejercer las propias posibilidades, las que, en tanto se es desigual, varían de acuerdo a las personas.

Ahora bien es de destacar que en el sistema republicano de los controles mutuos al ejercicio del poder es donde curiosamente se suceden los peores casos de corrupción política, pues a pesar de que sea posible aceptar que el peronismo argentino haya sido un ejemplo incomparable en la pertinacia en la corrupción, tal fenómeno aparece en todas partes y a veces en donde uno menos se lo espera y en los regímenes con mayores ‘tradiciones republicanas y democráticas’, pensemos por ejemplo en las famosas tangentes italianas o en los diferentes escándalos financieros que han salpicado hasta al mismo Vaticano y en todas las que lentamente comienzan a brotar a medida que las grandes crisis económicas del sistema las pongan en evidencia o hagan que las personas les presten atención en el momento en que su situación se ha convertido en insoportable. Y ello es por una sencillísima razón, no es que fallen los controles, lo que fallan son las personas y los principios que se sustentan. En tanto son burgueses los que gobiernan siempre buscarán la manera de que sus egoísmos encuentren el modo de sortearlos o convertirlos en imaginarios. Debe existir en cambio un sistema en que se acepte la desigualdad esencial del ser humano y en donde como decía Platón sean los filósofos, (por supuesto que no los actuales profesores de filosofía, sino los sabios y los que se saben gobernar a sí mismos), los que gobiernen a los demás.

Contestemos pues a lo que nos dice el autor en su obra. No es que los regímenes de Primer Mundo funcionen bien porque tienen sólidas instituciones democráticas, sino porque es que gracias a la explotación que han estado efectuando de todos los demás -y nuestras lastimosas privatizaciones son un ejemplo extraordinario de ello- es que ellos han podido gozar de un sistema de bienestar privilegiado. No es que allí la clase política no robe ni sea corrupta, sino que como lo que se le roba al resto del mundo es mucho, hay para todos, pero hasta llegar forzosamente a un límite, tal como está sucediendo en nuestros días. No es que la gente no sepa que hay corrupción política, sino que la tolera en la medida que a ellos se les permite participar también del ‘bienestar’. Cuando esto se termine entonces sucederá como aconteció aquí con la crisis del 2001 en donde ya se sabía desde hacía tiempo que los políticos eran ladrones. En Italia explotó el caso de las Tangentes cuando se terminó con el comunismo ruso. Cuando la gente percibió que no había más peligro de que viniera un sistema que le pudiese interrumpir el ‘bienestar’ porque éste había desaparecido hasta en Rusia misma, entonces resolvió deshacerse de su clase política delincuencial. Ésta de todos modos supo hacer su metamorfosis y cambiar de nombre y de fisonomía, pero ahora es lo mismo o peor que antes.

A todo esto debemos agregar que este sistema letal y contrario a todo buen sentido está sistemáticamente destruyendo el medio ambiente. Pues como se trata de tener siempre más y como hay que hacer funcionar el sistema productivo ‘para que la economía crezca’ se satura de necesidades superfluas de consumo a la población, lo cual significa más destrucción de la naturaleza para producir cosas inútiles en su gran mayoría o generar necesidades ficticias respecto de cosas de las cuales no solamente se puede prescindir, sino que sería además bueno que se lo hiciera (1).

Como corolario digamos que el origen del mal hay que hallarlo en la Revolución Francesa. Aplicando la táctica indicada por Evola en Los hombres y las ruinas de confundir los principios con los representantes de los mismos, la clase burguesa dirigida por un conjunto de ideólogos inescrupulosos, supo convencer al resto de la comunidad de que como el monarca era malo era también malo el principio de la aristocracia, sino que todos eran iguales y que el problema se resolvía controlando mejor al gobernante en el ejercicio de su poder. Es decir convenció a los demás que no había necesidad de gobierno sino sencillamente de una buena administración encargada de poner límites a la libertad de todos a fin de que no hubiese conflictos de intereses. Nos trajo así este verdadero cáncer del cual el peronismo es apenas un resultado y no una interferencia respecto de un principio.




(1) Un ejemplo típico de la irracionalidad de este sistema lo tenemos en la reciente campaña de estímulo del consumo de la población incentivándola mediante planes de cuotas bajísimas a comprar plasmas en ocasión de la realización del mundial de futbol. Es de destacar aquí dos cosas. La primera que hubiera sido mucho más útil que todo ese dinero que se invierte en producir dichos aparatejos se lo hubiese empleado para construir viviendas tan necesarias para la población o para abaratar los precios de los artículos de primera necesidad que hoy se encuentran por las nubes. La segunda es que simultáneamente con la destrucción de la naturaleza aquí señalada tenemos también la de lo que queda de las mentes de las personas. Pues éstas luego de un campeonato que durará un mes tendrán que ver las alienantes imbecilidades que propala la televisión, convertida ya en un medio de perversión de las personas. Indudablemente para que un sistema tan contrario al sentido común pueda existir es necesario contar con un público votante de un nivel que solo puede hallarse en el mundo animal. Es de destacar por último que esta medida y otras similares son implementadas por un gobierno peronista ‘de izquierda’ integrado por varios marxistas declarados. Esto es pues otro ejemplo de que sea la burguesía, como el proletariado, clases por igual económicas, en el fondo tienen principios similares.