"Si sirves a la Naturaleza, ella te servirá a ti"   (Confucio, 551 a . J.C. - 479 a . J.C.)

"Natura non nisi parendo vincitu" (“No se vence a la naturaleza más que obedeciéndola”); y "Para poder dar órdenes a la naturaleza hay que saber obedecerla"    (Francis Bacon, 1561-1626)

 

SÓLO SE LES DOMINA OBEDECIÉNDOLES

por Perieimi

 

La evolución de los regímenes demoliberales contemporáneos ha debilitado hasta tal extremo la coacción precisa para su mantenimiento, que no se percibe apenas el grado de obediencia cotidiana expresa requerido por la autoridad al ciudadano, para mantener su poder (imperium) sobre los que obedecen -que necesariamente son más que los que mandan-, y legitimar el mismo.

Sin duda, preside este efecto el mito rousseauniano de la voluntad general que se enseñorea en todas las democracias desde el siglo XVIII. Dado que los representantes políticos (mandato representativo) lo son de nosotros: el pueblo constituido en nación soberana, nos mandamos y obedecemos a nosotros mismos. Identificación tan falaz como imprescindible de mantener.

La situación de España, tras más de treinta años de democracia formal, ha desembocado en una oklocracia, clásica degeneración de ideas fuerza de la democracia: igualdad y predominio de la opinión pública, envueltas en retórica huera y demagógica. Exhibición de la llamada a primera línea de la Historia de  las masas, como viera Ortega, la muchedumbre  decisoria y la desaparición de la política a manos de la gestión administrativa de asuntos (negocios).

Unos, desde el Gobierno, no necesitan apelar a representatividad legitimadora alguna (sobre once millones), el sistema se la brinda automática; entonces recalan en la acción, en la persuasión de actividad: “trabajan”; el Gobierno de España siempre “trabaja” (no hay declaración de digno representante que no conjugue este verbo). ¿Acaso no se les nombra-paga para eso? -No en esos términos. Por encima de cinco millones de parados, ellos trabajan. Podemos dormir tranquilos, velan por todos y custodian nuestro sueño ciudadano más allá de la jornada ordinaria, cual lucecita permanente duermevela y orientadora desde una ventana del Palacio del Pardo de antaño. (No han asimilado las enseñanzas del padre espiritual Paul Lafargue, para el que con tres horas bastaba –“El derecho a la pereza”.) Desarrollan una vocación de servicio y entrega impagables, a pesar del proverbial e insidioso desagradecimiento del pueblo con el que, por otra parte, ya cuentan y les afianza.

Los otros aspirantes (sobre diez millones)  la oposición-, saben y se pre-ocupan de “lo que de verdad interesa a la gente, porque la economía lo es todo”. Su persuasión es pre o ante-acción; por ende, “no trabajan” todavía, o al menos no “tanto”, no se desvelan como el Gobierno de España, “reflexionan estrategias, confían y respetan presunciones, reordenan convicciones… y tú más”: compendio de la inacción y razón discursiva de “la clase discutidora”, que dijera Donoso Cortés. Los excedentes (situación de funcionario) sonorizan el espacio con ictus fricativo, al son de las eses sifón que pronuncia su líder corifeo, y siempre cara al futuro (“La Niña” –de Rajoy-, ya es adolescente y atiende pagafantas).

Unos y otros explayan en su coherencia la mentira identitaria fundacional: la representación de la voluntad general, el autogobierno del pueblo a través de los partidos políticos que crisman sobre un consenso treintañero.

Pero, ¿qué hay de los disidentes, los rebeldes? ¿Cómo no confundirnos y no dejarnos arrastrar por la poderosa inercia de semejante situación? ¿De qué manera liberarnos, siquiera individualmente y retomar al hombre diferenciado de Gulio Cesare Andrea Evola; cómo resarcirnos del expolio del proceso? Tal y como la planteamos, la rebelión ha de ser momentáneamente individual, residual y parcial: una propuesta necesaria pero no suficiente; filosofía de la resignación y el hecho consumado a la que nos condenan, ya que a los esclavos tan sólo es dable obedecer.

Cuando se han torcido los más elementales principios de  ley y Derecho, sustituidos por el imperio de la confusión entre lo público y lo privado; entre el bien común (interés general) y los intereses particulares (negocios de servicio público). Cuando se han esfumado los controles y responsabilidades del poder y se pulveriza la libertad política, entonces, no queda otra salida al ciudadano expropiado que la de obedecer conciente.

El vehículo cotidiano de coacción, extorsión y control es el derecho sancionador administrativo, que aplica el Estado ante infracciones de ese orden. Obedezcamos pues esas normas, a fuer de copiosas, innecesarias, absurdas, discordantes que sean a cualquier convención del sentido común, o alejadas de su justificación. Y, si tenemos infortunio y se nos sanciona paguemos cuanto antes la sanción, si con ello obtenemos una rebaja. Si la todopoderosa y benefactora Hacienda arrecia y nos practica “una paralela”, aceptémosla de buen grado (demos en “conformidad”); nuestro bolsillo quedará menos vacío. Sobre todo, no recurramos, no plantemos oposición ni pretendamos ganar en jurisdicción –y a nuestra propia costa- lo que nos ha hecho ya perder la protervia, y cebar aún más la bomba de los gendarmes del oprobio ciudadano.

“Solve et repete” (“Paga primero y después reclama”) es principio tributario regente  degenerado en “Paga y calla”; bien, ensanchémoslo hasta “Paga y no reclames, pagarás menos”.

Mediante la obediencia conciente, no sólo ahorraremos dinero y energías humanas renovable-sostenibles, sino que segregaremos menos bilis en beneficio de nuestra salud. Tampoco alentaremos la necesidad, siempre objetiva y convenientemente acreditada ante algún superior, de cooptar nuevos elementos del funcionariado, para resolver expedientes protestatarios que se acumulan y nunca se da abasto con la plantilla existente.

Por último, pero no menos importante, ayudaremos también a hacer innecesaria parte de la labor del ejercicio privado profesional de la representación legal (postulación), a cargo de letrados y procuradores: combustible que alimenta la máquina de motor inmóvil del Estado.  

Sólo así, obedeciendo con plenitud e inasequible desaliento, reconquistaremos una parcela de libertad política individual domeñando la naturaleza de lo establecido.

Al fin y a la postre, como diría un jurista, estaríamos ejercitando una legítima, pero atípica e impropia “Restitutio in Integrum” (“Restitución por Entero”), recuperando al menos parte de lo que nos pertenece. A lo que cabría añadir además cuatro razones, porque:

“-1) Es políticamente coherente; 2) laboralmente responsable –la más importante-; 3) técnicamente justificable; y 4) energéticamente asumible.”

(Miguel Sebastián Gascón, Ministro de Industria, Turismo y Comercio, comparecencia en rueda de prensa junto al Ministro  de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho Chaves, con ocasión del “cierre” de la central nuclear de Garoña; Madrid,   2.07.09.)