EL DEBATE SOBRE LA EUTANASIA

colaboración del Dr. Edgardo A. Moreno

En estos últimos tiempos se esta hablando de una eventual ley que elimine el impedimento legal existente para que los médicos puedan, en determinadas circunstancias, practicar la eutanasia.

Se entiende por eutanasia “toda acción u omisión intencional dirigida a terminar con la vida de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible, por razones compasivas y en un contexto médico”.

El debate se centra entonces en el derecho a disponer de la propia vida,  y se enfrentan aquí dos posturas antitéticas. Desde una concepción inmanentista se sostiene que el hombre posee una capacidad de autodeterminación absoluta, fuera de toda dependencia, y que por ende tiene el derecho a poner fin a su vida cuando esta se ha deteriorado de tal modo que ya no es digna de ser vivida.

En el polo opuesto, desde un enfoque trascendentalista, se entiende que la vida es un don recibido que debe ser administrado conforme al plan del Creador, y que por lo tanto no podemos disponer libremente de ella. En ese sentido, la antropología cristiana tampoco admite que un deterioro en las condiciones de vida haga perder la dignidad de hijos de Dios.

Ahora bien, los partidarios de la eutanasia sostienen que dados cuatro requisitos se justifica su legalización, ellos son: el consentimiento del paciente, la incurabilidad del enfermo, el dolor insufrible, y el móvil compasivo (suprimir ese dolor).

En primer lugar digamos que el consentimiento carece de eficacia para transformar en licita la trasgresión pues el derecho a la vida es un derecho personalísimo y por ende indelegable, inderogable e irrenunciable; ( lo mismo pasa con la esclavitud: el Estado no puede permitir que alguien renuncie a su libertad y se venda como esclavo) Además el consentimiento de un paciente en una situación así, afectado psicológicamente, no puede reputarse valido, sino viciado en su voluntad; por eso un documento de la Iglesia dice: “las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y afecto”. Inclusive muchas veces el enfermo puede ser inducido a pedir la eutanasia por el ambiente que lo rodea y que lo hace sentir como una carga inútil para su familia. Del mismo modo, aunque el consentimiento se diera en un momento de lucidez, anterior al trance, las dudas subsistirían ya que podría arrepentirse y encontrarse imposibilitado de manifestarlo al caer enfermo.

Con respecto a la incurabilidad hay que preguntarse que certeza tenemos de ella y quien esta en condiciones de declararla. La experiencia indica que muchas enfermedades incurables con un tratamiento lo son con otro, y sobretodo que muchas que ayer no tenían cura, como ser la sífilis, la rabia, la tuberculosis o la diabetes, hoy la tienen. Por otro lado que se podria
argumentar si el diagnostico estaba equivocado?

El otro elemento que se utiliza para justificar la eutanasia se relaciona con los sufrimientos insoportables. En primer lugar, el dolor grave  no siempre es indicio de una enfermedad mortal, además por tremendos que estos sean hoy existen terapias antidolorosas que los puede mitigar y aun suprimir. Por otro lado aunque es licito y obligatorio luchar contra la enfermedad y el dolor, sin embargo estos son inevitables y  tienen un sentido. Como afirmo el psiquiatra vienés Victor Frankl, “el hombre no se destruye por sufrir; el hombre se destruye por sufrir sin ningún sentido”.

La ausencia del dolor no es una condición para que la vida valga la pena ser vivida. El sufrimiento es algo que tarde o temprano todos experimentamos y que nos hace tomar conciencia de nuestra fragilidad. Lo que debemos hacer es enfrentarlo con valentía  y descubrir su finalidad.

Si a un enfermo terminal se los considera una molestia se le quitan los motivos para seguir viviendo; en esa situación es probable que considere la idea de poner fin a su existencia. En cambio si nos solidarizarnos con el podemos ayudarlo a afrontar la ultima prueba, superando el dolor y el miedo.

Con respecto al móvil compasivo de quien practica la eutanasia este resulta difícil de comprobar y verificar, pues puede encubrir motivos diversos y no altruistas, como ser el, deseo de heredar, el de deshacerse de una carga molesta, evitarse mayores erogaciones, etc.; y en el caso del medico, puede haber también un deseo de desentenderse de la responsabilidad profesional, tener camas libres, realizar experimentos, reducir los gastos sanitarios, etc.

Una ley de eutanasia podría generar desconfianza hacia los profesionales de la salud al entenderse que su aplicación no sería indiferente para la economía de una institución sanitaria. Se destruiría así la relación medico-paciente.

Esta relación médico-enfermo es mucho más que un vínculo contractual, es ante todo,  una relación humana basada en la confianza; el enfermo acude al profesional con la esperanza de que lo cure de su enfermedad.  La legalización de la eutanasia dará lugar a situaciones de temor y desconfianza, sobre todo para aquellas personas que en razón a su edad o a
su estado físico pueden llegar a pensar: Si me diagnostican una enfermedad incurable, ¿no será que quieran eliminarme para ahorrarse un tratamiento muy costoso y de resultados inciertos?

El noble oficio de los médicos es salvar vidas o calmar los sufrimientos, cuando mas no se puede; pero jamás poner termino a la existencia.

Finalmente es importante distinguir la eutanasia, de la obstinación o encarnizamiento medico. Son temas diferentes.

Hoy los avances de la medicina permiten dar soporte vital a pacientes con enfermedades irreversibles, produciendo sufrimientos inútiles. Este es el denominado encarnizamiento médico. Se trata pues de un tratamiento ineficaz, con medios excepcionales y desproporcionados que solo aumenta los sufrimientos del enfermo. Cuando se dan todos estos supuestos, la moral cristiana admite que se renuncie a el, sin que por ello estemos ante un caso de eutanasia. Se trata simplemente de dejar que se desarrolle un proceso natural irreversible.

En definitiva, así como el derecho a una vida digna se opone a su inútil prolongación artificial, el derecho a morir dignamente también se opone a adelantar la muerte con el pretexto de suprimir el dolor.

Lo que corresponde hacer con los enfermos terminales es intensificar  los cuidados paliativos, no eliminarlos.