OBAMA, NÓBEL DE LA PAZ Y HALCÓN DE LA PRÓXIMA GUERRA

por el Partido Nacional Republicano

 

 

Los romanos decían «si quieres la paz, prepara la guerra». Ahora, en la post-modernidad todo se deconstruye: si preparas la guerra, discursea sobre la paz y obtén el premio Nobel. Barack Obama, investido con el halo de pacificador que confiere el galardón, podrá arrastrar al mundo entero a la guerra que se antoje a los intereses de Estados Unidos en nombre de la “comunidad internacional” y para mayor gloria del capitalismo. Desconocemos la exactitud de cuándo, dónde, cómo y contra quién se descargará el horror. Lo que sabemos con certeza es que resulta ineluctable: una crisis económica de dimensiones descomunales impone como solución una guerra de iguales proporciones. El 44º presidente de los EE.UU dirige una operación de marketing cuya finalidad es vender con rostro amable la próxima guerra.

 

La locomotora del capitalismo norteamericano no podrá tirar por mucho tiempo con keynesianismo civil. La apuesta por las energías renovables, la inyección a la reforma de la red eléctrica y los continuos manguerazos de dinero público a sectores como el automóvil y la vivienda no son el remedio suficiente que demanda el coloso americano, como tampoco lo fueron las obras públicas del “New Deal”deRoosevelt. Los anuncios de “brotes verdes” son mentiras de patas cortas. El diagnóstico sitúa la depresión en un ciclo largo. La guerra será, a la postre, el remedio para resucitar establemente los ajados indicadores de las magnitudes macroeconómicas. Del mismo modo, en el siglo pasado, la salida a la “gran depresión” se resolvió mediante la incorporación de la América de Roosevelt a la segunda conflagración mundial. Pero para hacer la guerra es necesario designar al enemigo: pese a los conatos nucleares del régimen de Kim Yong-il, la pequeña y anacrónica Corea del Norte entendemos que no es un blanco de suficiente entidad como para desatar la guerra devastadora que la situación exige. En cambio, Irán y Siria, acusadas de promover programas de armas de destrucción masiva y proteger el terrorismo internacional, parecen firmes candidatos para encarnar el “mal” que justifique desplegar una escalada militar de suficiente amplitud. Paquistán, nación con armas nucleares, está inmersa ya en el lodazal afgano y es susceptible de ser presentada por el amigo americano como una amenaza para la estabilidad y la paz mundial. No se debería descartar un teatro de operaciones múltiples de gran envergadura.

 

Esa próxima guerra permitiría poner a pleno rendimiento el “complejo militar-industrial”, verdadero motor de la economía y principal foco de desarrollo y transferencia tecnológica para bienes de equipo y consumo. Esta expresión acuñada por Eisenhower en su discurso presidencial de despedida, y que para algunos evoca tenebrosas conspiraciones, es simplemente el keynesianismo militar que sirve de puntal a la superpotencia. El conglomerado de lo público y privado, concepto más ajustado a la realidad que las prefiguraciones de EE.UU como baluarte de la libre iniciativa, se mezcla en una “zona gris” de fundaciones, institutos, corporaciones, contratas y subcontratas participadas o financiadas por la administración norteamericana, todas ellas relacionadas con la tecnología de vanguardia y la industria de la defensa. Este modelo se articuló en los años cuarenta de la pasada centuria, mediante la producción masiva de tanques, buques y aviones para el esfuerzo bélico. Sus resultados han sido prominentes: varias décadas de prosperidad y el irremisible ascenso de EE.UU a potencia hegemónica.

 

Se culminaría además uno de los principales designios geoestratégicos de EE.UU: la idea de “independencia energética” de Obama, no puede tener otro trasfondo más que el control de ingentes recursos petrolíferos y buena parte de las rutas de los oleoductos y gaseoductos asiáticos, que completaría el triángulo trazado con Iraq y Afganistán. Por supuesto, tras la contienda se cerrarían fabulosos negocios de reconstrucción y, no lo olvidemos ni por un segundo, se garantizaría una larga era de sosiego al enclave sionista de Israel.

 

Todo esto es consustancial al capitalismo en su fase imperialista y resulta invariable a su dinámica de ciclos infernales: tras la bonanza, destrucción, expolio y vuelta a empezar.

 

El recurso al expediente bélico exige una preparación política y sicológica previa: 1º) definir al “eje del mal”, con peroratas sobre “la no proliferación de armas nucleares” y propaganda que apunta a Irán, sin prueba alguna al igual que sucediera con Iraq y sus “fabulosos arsenales de destrucción masiva”, como la encarnación del peligro nuclear por antonomasia; 2º) alinear a los europeos occidentales que pondrán dinero y efectivos para el combate bajo la bandera de la paz y el desarme nuclear; 3º) lanzar una ofensiva diplomática para separar a Rusia de sus pactos con Irán, Siria, etc., aunque sea con concesiones como el desmantelamiento del proyecto de escudo antimisiles; 4º) asegurar la probable neutralidad de la China emergente, centrada en su despegue económico. De esta preparación forma parte, en los planes de las altas esferas estadounidenses, el presentar a Obama como “príncipe de la paz”. En un momento en el que, además, su popularidad comienza a decaer en EE.UU, hasta bajar del 50%, debido al incremento del desempleo y al curso negativo de la guerra de Afganistán.

 

También han estado interesados en ello los gobernantes de Eurolandia. Algunos de ellos para fortalecer sin tapujos el liderazgo estadounidense. Otros, para empujar a Obama, el “diplomático multilateral”, a las vías dialogantes de modo que no se alteren sus negocios y su existencia de eunucos. Pero todos ellos contribuyen a extender el engaño sobre el significado del icono Obama, presentándolo como un candoroso idealista, al borde del desmayo en su afán por pacificar el mundo.

 

Pero es una imagen absolutamente falsa pues ha sido Obama quien se ha mantenido impávido ante la última matanza de palestinos en Gaza. Es quien ha comenzado a realizar incursiones bélicas en Paquistán, en el contexto de su engañosa y brutal guerra contra Afganistán, ya con ocho años de historia y miles de civiles muertos, a la cual se dispone a enviar cuarenta mil soldados más al tiempo que “espera” que otros países participen con refuerzos. Es quien, desde un principio, y aunque lo esconda el mendaz Zapatero, se ciñe en lo básico a la línea de Bush, marcada por la “guerra global contra el terror” y quien aún permanece en Iraq. Es quien sigue sin cerrar Guantánamo, modelo que –por el contrario– quiere extender entre sus lacayos mediante guantanamitos. Es Obama, igualmente, quien se ha opuesto a la visita de los inspectores internacionales a las instalaciones nucleares del régimen sionista de Israel.

 

La paz mundial es una entelequia del pensamiento burgués y coartada de las mayores matanzas de la Historia. El mundo, que no es más que un pluriverso en conflicto, sólo podrá contemplar largos periodos de estabilidad desembarazándose de la ciega mecánica del capitalismo y sus ciclos volátiles, no mediante premios nóbeles de la paz. Los nacional-republicanos no queremos que España, al igual que en otras ocasiones, sirva a los criminales planes de agresión de quienes se creen los amos del mundo, ni embarcarnos en sus aventuras de matarifes. Propugnamos la salida de España de la OTAN y la denuncia del Tratado de Cooperación con EE.UU sobre bases militares.