PORTEÑOS:  LA HUÍDA DE LA REALIDAD

por Alberto Buela  (*)

 

Estadística mínima

Buenos Aires, días finales del 2011:

 

Preparación de docentes y alumnos porteños: 20% buena y 80% regular y mala.

(hay 1200 asesores en educación en el gobierno de la ciudad)

Alcohólicos porteños: 15% de la población

Drogaditos porteños: 20% de la población

Porteños muertos en accidentes de tránsito: 1.800 (8.000 es el total de muertos en el país y 1.480 los muertos en toda España).

Asesinatos, robos, violaciones, estafas y cheques sin fondos: sin estadística

Gente sin trabajo: el 23% de la población

Trabajo en negro: el 53%

Teatros en Barcelona: 28, en Madrid: 72, en Nueva York: 135, en París: 151, en Buenos Aires: 170 (más 68 milongas).

 

Conclusiones rápidas

Lo primero que se nota es la desproporción desmesurada entre los datos negativos (muerte, droga, accidentes, falta de trabajo) con los positivos: el número de teatros y milongas.

En griego clásico, actor se dice “hipócrita”. Para nosotros un hipócrita es alguien que dice una cosa y hace otra distinta.

Platón expulsó de su República a los poetas y actores con el argumento que no trabajaban y que además corrompían las costumbres.

Nosotros no somos tan tajantes porque hay y debe de haber en toda sociedad poetas y actores, pero buenos, los nuestros no lo parecen tanto. Pruebas al canto es que no tenemos ningún actor, como los españoles o cubanos, que trabaje en la meca del cine y del teatro contemporáneo como lo es Nueva York.

Todo indica, al menos para el porteño (y el suburbano), que este hombre vive dos realidades: la real y la teatral o virtual.

Por un lado, los datos negativos, que conforma la dura realidad cotidiana, la realidad real, diría Hegel y por otro, la realidad virtual o teatral, alegre o triste, reivindicativa o pasatista donde se refugia para huir de la otra (las milongas son, también, un refugio pasatista).

Cómo se explica la excesiva cantidad de teatros en Buenos Aires sino es por ese afán, ese élan vital tan propio del hombre alienado de “huir hacia delante”. Hoy el porteño (cada vez quedan menos) y el suburbano (cada vez hay más) vive a saltos de mata. Sumido políticamente en un totalitarismo dulce que lo conduce a la resignación tolerante de lo que padece (subtes que paran cuando quieren, esperas interminables en los bancos, desorden absoluto del tránsito, calles cortadas en forma imprevista, impuestos cada vez más excesivos, mugre en las calles y las paredes, los ruidos exorbitantes, manga permanente al peatón y al automovilista, comida rápida, radio y televisión vana y frívola [1]) se refugia en los 170 teatros porteños(y 68 milongas) que al menos le dan un trato más personalizado, tienen aire acondicionado  y lo dejan tranquilo por un rato.

Aquel que en Buenos Aires popularice los lugares, abiertos las 24hs. como en Japón, para dormir solo, en un cubículo por cuatro dólares las dos horas, se hará millonario.

La vida cotidiana se ha complicado de tal manera en Buenos Aires, sobre todo a partir de la gestión irresponsable del frente progresista de Ibarra-Chacho Álvarez hasta las inútiles bicisendas de la administración Macri, que la polución de teatros y milongas se ha transformado en la vía de escape, de más de uno de los porteños.

La ciudad de Buenos Aires, hace exactamente veinte años que carece de gobierno, aun cuando formalmente es un Estado independiente desde 1994, pues no lograron sus autoridades resolver su status  jurídico, cultural, político, social, económico e histórico.

Sus autoridades, las de ahora y las de antes, al ignorar el status adecuado de Buenos Aires en cada uno de los dominios que mencionamos. Se manejan y se manejaron en una improvisación constante que terminó en el surgimiento de estas contradicciones que nos marcan las estadísticas.

La infinita cantidad de dinero público gastada en cosas vanas o en el enriquecimiento del cúmulo enorme de funcionarios políticos que pasaron estos últimos veinte años por las ventanillas de la tesorería, al final tiene su costo: la duplicación de la realidad. Por un lado la realidad real, y por otro, la realidad teatral.

Sabemos que sobre estos mínimos datos estadísticos mucho no se puede decir y que se puede, al mismo tiempo, realizar otra interpretación de los mismos. Esto solo ha sido un corto ejercicio de fin de año para mostrar que los porteños “no tienen la vaca atada” como comúnmente se cree.

(*) arkegueta, eterno comenzante

alberto.buela@gmail.com

www.disenso.org  


[1] Para colmo, de los principales locutores, Beto Casella es un tanito confinflero de Haedo, que a las calles porteñas Rioja o Pampa, le dice La Rioja y La Pampa. (la pampa tiene el ombú). Fantino que es de Santa Fe y no conoce ni siquiera los barrios de Buenos Aires y Tinelli, del pueblo de Bolivar, que vive como millonario en una torre de marfil, ignorando casi todo lo de Buenos Aires.