KOSOVO: EL SILENCIO CÓMPLICE

por Teresa Aranguren (*)

 

Las pruebas están ahí, sólo hay que ir a buscarlas”, ha dicho el europarlamentario Dick Marty al presentar su informe sobre el tráfico de órganos en Kosovo. Y hay que detenerse en esta frase, que no es excusa sino denuncia de los silencios cómplices y la manipulación informativa que han hecho posible que durante años se perpetrase el crimen. Tan escandaloso como lo que relata el espeluznante informe del parlamentario europeo es saber que se sabía. La utilización de cientos de prisioneros serbios para el tráfico de órganos –primero engordarlos, luego pegarles un tiro, después extraer los órganos y, por último, venderlos al mejor postor– era un secreto a voces, aunque las voces hablasen en susurro, en Kosovo. Como es un secreto a voces que detrás de este y otros lucrativos negocios –tráfico de mujeres, drogas o coches robados–, están los miembros de la antigua guerrilla del UCK, ahora ejército de Kosovo, cuyo máximo dirigente, Hashim Thaci, es el actual primer ministro del recién creado Estado de Kosovo.

Y la pregunta, tan incómoda como pertinente, es: ¿qué sabían los mandos de la OTAN y los de la Misión de Administración Provisional de las Naciones Unidas en Kosovo (MINUK), que durante todos estos años han estado al cargo de la administración de Kosovo?

Puedo adivinar la respuesta: la situación era muy compleja, lo primordial era promover la estabilidad, las heridas de la guerra eran muy recientes, no, no sabíamos nada.

Pero hubiera bastado mirar para saber.

En junio de 1999 finalizó la campaña de bombardeos contra Yugoslavia y las tropas de la OTAN entraron en la entonces aún provincia de Serbia junto a los guerrilleros del UCK. En los meses siguientes la población no albanesa de Kosovo, goranos, gitanos y serbios, fue diezmada hasta casi su desaparición en una tan eficaz como silenciada operación de limpieza étnica llevada a cabo básicamente por el UCK ante la mirada impasible de 40.000 soldados de la OTAN. La limpieza, en forma de secuestros y “asesinatos selectivos”, se extendió también a políticos y ciudadanos albanokosovares contrarios o simplemente no afines al UCK.

Nada de esto fue secreto. Y nada de esto fue obstáculo para el imparable ascenso de Hashim Thaci, máximo dirigente del UCK y
aliado predilecto de Estados Unidos, en detrimento de Ibrahim Rugova, líder histórico del nacionalismo kosovar pero demasiado moderado para el gusto épico y los intereses estratégicos del momento.

Fue precisamente en esa época, 1999 y 2000, cuando, según el informe Marty, el negocio del tráfico de órganos funcionó a pleno rendimiento en campos de detención. El informe identifica al menos seis, organizados por el UCK no en territorio de Kosovo sino en Albania.

“Los testimonios sobre los que se fundan nuestros resultados evocan de una manera creíble y coherente la metodología seguida para el asesinato de todos los prisioneros, en general de una bala en la cabeza, antes de ser operados para extraerles uno o más órganos. Nos enteramos de que se trataba principalmente de un comercio de riñones retirados a los cadáveres”.

La existencia de estos campos, más que de detención de exterminio, en Albania y la utilización de los prisioneros serbios como almacén humano para el despiece de órganos sí era un secreto. Pero un secreto no es algo que no se sabe, es algo que no se dice. Y los secretos, sobre todo si son muchos los que “están en ello”, terminan desvelándose.

En 2008, la ex fiscal general del Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia, Carla Ponte, publicó un libro de memorias en el que por primera vez menciona la existencia del atroz comercio de órganos del que habrían sido víctimas cientos de civiles serbios de Kosovo. Cabe preguntarse por qué esperó tanto tiempo y sobre todo por qué esperó a dejar el cargo para hacer pública la denuncia de tan horrible crimen. Posiblemente es una pregunta ingenua. Posiblemente no estaba nombrada para eso.

De cualquier modo, aunque tardía, la denuncia de Carla Ponte sirvió para poner en marcha la investigación que el Consejo de Europa encargó al parlamentario suizo Dick Marty.

Un hombre honesto puede ser muy peligroso. Sobre todo si ocupa una posición de cierto poder, el suficiente para hacerse oír. Dick Marty, ex fiscal, parlamentario y relator del Consejo de Europa, reúne esas condiciones. En 2007 destapó
el escándalo de las cárceles secretas de la CIA y la complicidad de ciertos gobiernos europeos con la trama. Puso nombre a lo que no se quería nombrar. Ahora lo ha vuelto a hacer.

La investigación sobre el tráfico de órganos en Kosovo y Albania le ha llevado dos años. En las conclusiones de su informe señala al actual primer ministro de Kosovo, Hashim Thaci, como “jefe de una red criminal involucrada en el tráfico de armas, drogas y órganos humanos”.

En los archivos de cualquier redacción abundan las imágenes de Hashim Thaci estrechando efusivamente la mano de Bernard Kouchner, primer responsable de la Administración de Naciones Unidas en Kosovo, Javier Solana, Tony Blair, Madeleine Albright…

Imagino que esas imágenes resultarán incómodas ahora, al menos a algunos de sus protagonistas. También imagino la excusa: entonces no sabíamos. Pero, como dice el autor del informe: las pruebas estaban ahí, sólo había que buscarlas. O querer buscarlas.

Qué conveniente es no saber cuando no conviene saber.

(*) Teresa Aranguren es periodista. Cubrió desde Belgrado y Prístina la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia