Sólo
          en nuestro país, cuya casta política tiene enquistada la mala
          costumbre de engañar y engañarse a sí misma, se puede dar un cuadro
          tan patético como las sui generis interpretaciones triunfalistas
          respecto de los resultados de las elecciones del 11 de diciembre
          pasado. Al escuchar a los dirigentes de partidos y comandos con sus
          excéntricos razonamientos, queda la convicción que cada sector está
          cautelando sus intereses particulares, para reforzar sus posiciones
          políticas y económicas, más que pensando en el país y sus grandes
          necesidades.
          
          Todos los partidos políticos, sin excepción, han celebrado con
          grandes festines su “monumental éxito electoral”. La Concertación
          se abraza por su seguro triunfo presidencial en segunda vuelta, pues
          con el 45.9% obtenido por Bachelet los deja con la tarea casi hecha.
          Además, celebraron su mayoría parlamentaria (55.7% en senadores y
          51.8% en diputados).
          
          La Alianza por Chile, en tanto, festejó en grande su infantil ilusión
          de ganar en segunda vuelta y por mantener su cuota electoral que le
          permita tener la Santa Alianza con sus compinches de la Concertación.
          La votación obtenida por la Derecha, Joaquín Lavín (23.2%) y
          Sebastián Piñera (25.4%), quien pasó al balotaje, llega a un 48.6%,
          cifra casi imposible de volver a obtener en segunda vuelta. Aunque
          perdieron escaños de diputados y senadores mantienen una
          sobredimensionada representación parlamentaria, gracias a nefasta ley
          electoral binominal.
          
          Por último, la lista de Izquierda con su pacto Juntos Podemos Más,
          logró su votación histórica: 5.4% el presidencial Tomás Hirsch,
          7.4% en elecciones a diputados y un 6% en senadores. Obviamente fuera
          de todo protagonismo político y muy probablemente muchos de sus votos
          pasarán a Bachelet en segunda vuelta, tal como ocurrió en 1999, con
          el apoyo del Partido Comunista que dio el triunfo al presidente
          Ricardo Lagos.
          
          Los únicos que no celebran son los independientes que tuvieron la
          osadía de enfrentar a los conglomerados políticos nacionales y que,
          como era predecible, su gesto valiente de romper el esquema asfixiante
          que nos han impuesto. Sin embrago, fue electa a diputada por la
          circunscripción de Arica, Marta Isasi, representando a Partido Acción
          Regionalista de Chile; y el sorprendente triunfo del electo senador
          Carlos Bianchi en Punta Arenas, quien por primera vez logra derrotar a
          La Concertación y La Alianza por Chile.
          
          Más allá de las estadísticas y las fastuosas celebraciones, queda
          la sensación que el “circo” electoral terminó. Las ráfagas de
          ofertas y promesas de mejorar las condiciones de vida de nuestro
          pueblo, durarán hasta la segunda vuelta y sólo debemos esperar que
          en enero próximo la señora Bachelet se corone como la “Madre de
          Chile”. Pero la vida sigue; y con ello el drama de miles de
          compatriotas que día a día luchan denodadamente por salir del círculo
          vicioso de la cesantía, endeudamiento, y la endémica pobreza que
          corroe la vida social del pueblo de Norte a Sur, de Mar a Cordillera.
          
          Los partidos ganan y Chile pierde. Así ha sido en los últimos años
          y basta con hacer una mínima revisión histórica para darse cuenta.
          Los poderes ocultos que manejan el tinglado político y económico a
          nivel internacional, saben que Chile está “domado” y con la Santa
          Alianza entre la Concertación y La Derecha hay garantía de
          estabilidad, para no poner en riesgo sus granjerías y privilegios de
          casta. No hay que hacerse expectativas de cambios profundos y virajes
          que beneficien al pueblo, pues no tocarán el modelo económico, menos
          el sistema político e impedirán que se exprese la ciudadanía y sus
          organizaciones, ya que son incompatibles con el sistema de dominación
          global sustentada en los partidos políticos y sus satélites (medios
          de comunicación, monopolios transnacionales y el capitalismo verde).
          Chile
          pierde ya que no tocarán el modelo económico especulativo financiero.
          Como ha sido hasta ahora, nuestros gobernantes seguirán las
          directrices del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional con lo
          que sólo se puede esperar menor inversión social, más
          privatizaciones y la obsesión por mantener las cifras macroeconómicas,
          lo que genera, inexorablemente, alta tasa de cesantía. Obviamente no
          habrá cabida para el desarrollo de las Pymes y microempresarios, pues
          con los tratados de libre comercio es difícil que puedan aspirar a
          crecer. Los bancos y casas comerciales ávidas de ganar dinero, seguirán
          su estrategia de fomentar el sobreendeudamiento para tener mayor
          utilidades sin generar un puesto de trabajo productivo, sólo usura, cáncer
          inevitable en nuestros días.
          
          Finalmente el gobierno de Lagos exhibe con toda pompa las grandes
          construcciones viales, obviando que nuestro país no sólo se estancó
          en materia de distribución de la riqueza, sino que bajó su índice,
          quedando al mismo nivel de los países más pobres de África. Por eso,
          Lavín y Piñera con un descaro pavoroso manifestaron su intención de
          corregir el modelo; igual cosa con la Concertación, incluso la
          Democracia Cristiana explotó mediáticamente este tema; y para qué
          decir el bloque PPD-PS, los adalides de la justicia social. Tanta
          generosidad por el prójimo parece provoca todo tipo de suspicacias, o
          como dicen en el campo “el diablo vendiendo cruces".
          El
          sistema político no se moverá un ápice. El sistema electoral
          binominal cuenta con el fanático apoyo de la Derecha, pues su negocio
          es redondo: el 31% es igual al 60%. Vale decir, se aseguran siendo
          minoría una cuota de poder legislativo como nunca habían tenido. La
          Concertación, por otro lado, vocifera en contra del binominalismo,
          pero jamás han tenido la voluntad política para cambiarla, pues
          igual les ha beneficiado. Por eso esta profesión de fe hacia un
          sistema electoral proporcional, es sólo discurso. Ambos bloques en el
          poder tiene su cuota y las falsas confrontaciones son parte de la
          trama de engaños y mentiras, basta con verlos como en estos días,
          pletóricos de alegría, con efusivos abrazos se felicitaban los
          presuntos contrincantes electorales por los resultados favorables. Los
          partidos ganan... Chile pierde.
          Por
          otro lado, al consagrarse el poder absoluto de los partidos con las
          modificaciones constitucionales de septiembre pasado, se castra toda
          posibilidad para que las organizaciones y el movimiento social tengan
          participación en los temas públicos. Más aún, al ser infiltrados
          por los partidos, se trasforman en apéndices funcionales al sistema
          imperante. Por ello, no es de sorprender que la CUT esté coqueteando
          con la Concertación; o como muchos gremios mantienen a insignes
          militantes encabezando sus directivas. Por ahora, los partidos mandan
          y quienes nos oponemos a esta burda manipulación, quedamos fuera de
          los circuitos del poder. Curioso resulta que una minoría exclusiva,
          las directivas de los partidos políticos, tengan la capacidad de
          manejar a millones de ciudadanos; más extraño aún, que esta tribu,
          no obstante ser muy mal evaluada en las encuestas y esté en el abismo
          del desprestigio, sea capaz de convocar a millones de chilenos a votar
          por ellos. Es la perfecta combinación de control mental y hegemonía
          cultural la que los valida elección tras elección y ellos lo saben.
          Por eso... Chile pierde.
          Pero
          estas derrotas deben ser el punto de partida para convocar a miles de
          chilenos a revelarse. No todos participan este grotesco show: los más
          de 2.5 millones de no inscritos, los casi 600.000 votos nulos y
          blancos son una base social extraordinaria y una gran oportunidad de
          romper el cerco de la exclusión social. Los partidos están
          conscientes de aquello, pero mientras no se manifiestan los
          desencantados se mantendrán en el poder sin ningún interés en abrir
          espacios de participación.
          
          Por eso, las fuerza patrióticas, de inspiración y vocación
          Nacionalista, tienen el deber moral e histórico de convocar a la
          creación de un gran referente social, político y cultural. No basta
          con la crítica o la contemplación, sino que se debe enfrentar con el
          mismo valor y arrojo que tuvieron nuestros héroes del pasado, los
          forjadores de nuestra nacionalidad, la realidad que nos toca vivir. El
          Nacionalismo está impregnado de valores trascendentes y
          espiritualidad superior; el amor a la patria y a su pueblo, el honor
          para cumplir con la palabra empeñada, la lealtad a los principios son
          parte sustancial de esta doctrina; y nuestros compatriotas necesitan
          una oportunidad para marchar con disciplina y unidad de acción por el
          camino redentor de hacer justicia para todos los hijos de nuestra
          tierra tutelar.