CENTRO DE ESTUDIOS EVOLIANOS

 

Las dos obras de nuestro mediático periodista Walter Graziano, ayer defensor exacerbado de los planes Austral y de Convertibilidad y hoy sostenedor por otros medios del poder omnicomprensivo de los norteamericanos, a través de  dos obras que han figurado en la lista de best sellers, tienen una serie de antecedentes. Otros periodistas, como el caso del español Santiago Camacho, han efectuado también la apologética de los EEUU pintándolo, del mismo modo que Graziano, como una potencia invencible que incluso se inventa los propios enemigos, si bien de carácter malo e inescrupuloso, lo cual siempre sería mejor que ser débil y vulnerable. En todos los casos se ha tratado de obras promovidas por grandes editoriales de capital norteamericano con la expresa finalidad de debilitar cualquier resistencia en contra de tal poder. Como segundo anticipo de nuestra futura nota en la que desmenuzaremos las obras de Graziano y sus múltiples mentiras, propaladas todas ellas en función de tal fin, volvemos a difundir un artículo que editáramos tiempo atrás, en este caso dedicado a su colega mediático, Santiago Camacho.

 

EL IMPERIO MEDIÁTICO

 

A propósito de un conjunto de libros antinorteamericanos

 

En los últimos tiempos, motorizada en gran medida por el atentado de las Torres Gemelas y de sus violentas secuelas, tales como las invasiones a Irak y Afganistán, ha surgido una frondosa literatura de denuncia del accionar de los norteamericanos en el mundo a cuyo gobierno no se hesita en calificar de inescrupuloso y dispuesto a la utilización de los medios más inmorales e inverosímiles para obtener sus objetivos. Pero además, simultáneamente a ello, se asocia a tal poder el reconocimiento de la existencia de una disposición de recursos tecnológicos y económicos tan descomunal e ingente por la que en muchos casos el lector de dichas obras debe con seguridad formularse la pregunta respecto de si realmente resultaría posible hilvanar algún tipo de resistencia ante el mismo con posibilidades mínimas de éxito. Además, si a tal voluminosa avalancha de información proporcionada se le asocia la circunstancia de que habitualmente los autores de tales textos no formulan ningún tipo de alternativa posible ante estos hechos, no queda sino sospechar, en tanto resulte verdad como ellos dicen que el “Imperio” norteamericano dispone de un poder ilimitado de medios a su alcance para obtener sus objetivos de dominio universal, si aun estas obras mismas no son en realidad uno de tales recursos que coadyuvan con tales objetivos al sembrar en el lector una sensación de angustia ante los hechos y una actitud de franco escepticismo y resignación respecto de la viabilidad de éxito de cualquier tipo de acción a emprender en su contra.

 

Es decir que, si por un lado hoy en día, gracias al caudal de información proporcionado por tales obras, hay muchos que terminan aceptando que todos los atentados y magnicidios emprendidos en contra de Norteamérica, tales como los del 11-9 o del 11-3, por ejemplo para ir a los más impactantes, han sido en última instancia producidos por el mismo país que los ha padecido, ¿por qué no pensar también y con mayor razón teniendo en cuenta el ámbito en el cual se editan tales obras, habitualmente en editoriales de renombre y curiosamente vinculadas todas ellas al mismo poder que denuncian, que tales textos obedecen a un montaje muchas veces elaborado con total inconciencia de ello por parte del autor, por el que se quiere sembrar en las personas una actitud de miedo aterrador respecto del accionar de Norteamérica en el mundo por lo cual sólo cabría resignarse ante tales hechos o cuanto más formular una solicitud desesperada de moderación o de “respeto por los derechos humanos” en la implementación de los mismos? Esto es, una petición de clemencia en la que, si bien se le concede que domine el planeta, se pide que lo haga al menos con un poco de bondad y que a su vez los que pretendan resistirse no lo realicen de manera enloquecida y desaforada, sino acudiendo a medios racionales, pacíficos y conciliadores, pues es preferible ello antes que espantar y enardecer al león con las consecuencias por todos conocidas. No es casual que tales denuncias, formuladas todas ellas bajo la forma de voluminosos libros repletos de informaciones, habitualmente proporcionadas por los servicios de inteligencia norteamericanos que ellos dicen combatir, además de provenir del mismo riñón de los Estados Unidos, bajo la pretendida forma de un periodismo contestatario que lo tiene al cineasta Michel Moore como a uno de sus principales promotores y exponentes, haya encontrado su cabida en muchos periodistas europeos y especialmente españoles, los cuales participan todos por igual de este espíritu de resignación, tal como se viera sea en los prolegómenos de la invasión a Irak como en la posterior secuela del atentado del 11M con la consecuente fuga de España de la contienda en la cual irresponsablemente se había anteriormente comprometido.

 

Entre la gran multiplicidad de textos editados queremos resaltar aquí a uno de ellos que se ha convertido en best seller en el mundo de habla hispana como la obra del periodista español Santiago Camacho, titulada Las cloacas del imperio. En dicho libro, que fuera precedido por otro del mismo tenor y también sumamente exitoso y que se titulara 20 conspiraciones de la historia, el autor no ahorra a lo largo de toda su obra ejemplos por los cuales quedaría demostrado irrefutablemente que el poder que gobierna USA carece del más mínimo reparo moral y que está dispuesto a violar cualquier tipo de norma con tal de obtener sus propósitos de dominio universal. Por lo cual no descarta en manera alguna, sino que lo sugiere permanentemente, que se hizo volar a propósito las Torres Gemelas con la finalidad de encontrar un justificativo principalmente ante su propia población para invadir a distintos países del Medio Oriente, tratando de resolver así a su favor la crisis petrolera mundial. Pero simultáneamente agrega a ello la aseveración contundente de que ese mismo país posee, además de una sofisticada e ingeniosa red de montajes, también una serie de armas superpoderosas y secretas (aunque no tanto como para que el autor no las conozca en forma pormenorizada) capaces de obtener cualquier logro con mínimas pérdidas de vidas por parte del ejército invasor y con rapidísimas y contundentes resoluciones de los conflictos emprendidos. Algunas de ellas son incluso invisibles, ya que no pueden ser captadas por los radares y poseen efectos demoledores tales como los de generar sentimientos de apatía en los combatientes del campo adversario, así como trastornos psíquicos y físicos, con discapacidades permanentes en dichas personas, no dejando tras de sí huellas visibles como la destrucción de ciudades y edificios, por lo cual podrían hacer prácticamente imperceptible la realización de una guerra.

 

Otras en cambio consisten en bacterias, producidas en laboratorio, que se alimentan de hidrocarburos, por lo que serían capaces de vaciar las reservas de combustibles de un país enemigo paralizando su capacidad locomotiva, así como de perforar el asfalto en las pistas de aterrizaje destruyéndoles cualquier capacidad de reacción ante un ataque repentino. Otras son las bombas electromagnéticas que “dejan inconscientes a las personas al trastornarles temporalmente el funcionamiento del cerebro, pero sin causar daños duraderos”. Otras, aun más sofisticadas, son emisiones radiales por las que se alteran las frecuencias cerebrales de los oyentes “obteniendo así un control total de la mente”. Hasta llegar a la más demoledora de todas, conocida como el Haarp, capaz incluso de modificar el clima en el país atacado produciendo cataclismos y terremotos, así como una muy sofisticada bomba de microondas que en una fracción de segundos enviaría pulsos electromagnéticos de dos mil millones de vatios acabando a su paso con cualquier aparato que encontrase, “fueran los equipos de comunicación de un búnker de mando subterráneo o los misiles de un silo oculto”. Y agrega seguidamente que con gran seguridad debe haber sido la existencia de tal arma “secreta” la que obtuviera que “Saddam no haya utilizado las peligrosas bombas de destrucción masiva que... almacenaba de a miles por todo Irak”.

 

Arribados a este punto al lector reflexivo no le queda sino formularse la pregunta de que, si es cierto que hoy en día se dominan tales tecnologías tan avanzadas, que de acuerdo al autor harían totalmente inútil cualquier resistencia en contra de tal poder superior, ¿por cuáles razones se debería haber tenido también la necesidad de acudir a medios tan traumáticos como el de desencadenar una ola terrorista por todo el mundo de imprevisibles consecuencias especialmente para el mismo país que la habría producido según tal autor y otros del mismo tenor? Y también ¿qué necesidad poseería tal poder de obtener algún tipo de consenso complementario en su accionar que no sea el de la eficacia producida por las armas secretas aquí tan minuciosamente detalladas? Si se tienen tales medios el dominio podría haber sido silencioso y al mismo tiempo irrebatible por su contundencia haciendo totalmente innecesario producir una crisis de las dimensiones que hoy padecen los USA. Por otro lado quedaría por explicar también ¿por qué, a pesar de tales armas “secretas”, la resistencia sea en Irak como en Afganistán produce tantos daños en tas tropas invasoras las que no logran, a pesar de la aparente desarticulación del poder enemigo, dominar a tales países en forma definitiva?

La consecuencia que nosotros sacaríamos de tales obras es que las mismas han sido inducidas todas por los servicios de inteligencia norteamericanos. Los cuales, en tanto no poseen esas armas secretas que producen la cobardía y resignación, de las que hablan autores como el aludido, tratan en cambio de generarlas a través de tales obras.

 

Nosotros, que nos oponemos a los principios que allí se sustentan, concordamos en vez con Mao tsé tung en que Estados Unidos es un tigre de papel que intenta suplantar con montajes mediáticos muy sutilmente pergeñados las grandes carencias que posee en cambio a nivel político y militar, por lo que demuestra no sólo ser incompetente en el dominio de un país previamente desarticulado y desarmado por las sugestiones de las Naciones Unidas, el Papa, la Unión Europea y Rusia, sino aun de una banda terrorista que fuera capaz de destruirle dos de sus principales símbolos produciéndole una crisis de imprevisibles dimensiones sin haber podido ser afectada, sino por el contrario fortalecida, en todas las acciones de represalia emprendidas en su contra. Comparar a USA con el Imperio Romano, tal como hoy se hace con tanta liviandad, resulta cuanto menos que ridículo y como el producto de una gran ficción e ignorancia similar a la de los montajes antes aludidos. Norteamérica nunca será un verdadero Imperio pues carece del carisma y de los principios espirituales que informaban a Roma entre otros órdenes de tal tipo en la historia. Y tales valores nunca podrán ser suplantados por la tecnología más sofisticada que se quiera imaginar pues siempre el hombre será superior a la máquina. Es justamente por la carencia de un verdadero sentido del heroísmo que lo sustente que dicho poder debe acudir al sustituto y la parodia de la sugestión periodística. Al respecto resulta indubitable que a tal país le conviene que se crea que Bin Laden no aparece porque es producto de su propia invención.

 

Es decir que se crea que no existen en el mundo rivales capaces de hacerle frente y menos aun no pertenecientes a ningún Estado, sino a una simple banda armada, lo cual, de aceptarse la verdad, heriría sobremanera su orgullo inconmensurable, pues ningún Imperio en la historia fue puesto en jaque por un grupo de irregulares. Debemos sin embargo lamentar que no se nos dejara con la misma convicción en el caso de Saddam Hussein, del que hubiéramos querido que se siguiese creyendo que estaba escondido en el desierto de Arizona, disfrutando de una espléndida pensión y cumpliendo a rajatabla con las ordenes de sus amos. Pero lamentablemente, a pesar de su ineficacia esencial, en algunas cosas tienen éxito, aunque con la secuela irremediable de que la legión de crédulos, que en el fondo los admiran aun odiándolos, se sientan obligados hoy en día ante tal evidencia en contrario a tener que expresar alguna duda. Tal el caso del aludido Camacho quien, luego de esta lamentable (para él) ruptura de su esquema mediático, manifiesta dudar ahora de que Bin Laden sea un mero producto de la propaganda norteamericana. ¿Pues qué seguiría pasando con la seriedad de sus diagnósticos si llegara a aparecer como Saddam Hussein?

 

Buenos Aires, 29-9-04