NAVIDAD Y ESPERANZA

por Denes Martos  -  http://www.denesmartos.com.ar

 

Todos sabemos que la Navidad es una fiesta cuyo valor y cuya interpretación ha venido decayendo desde hace décadas.  En su momento, los soviéticos quisieron degradarla suplantándola por la "fiesta del pino". Los norteamericanos ya prefieren escribir "Xmas" en lugar de "Christmas" y hasta "Season's greetings" en lugar de "Merry Christmas and Happy New Year", no sea cosa de que se hiera la susceptibilidad de un ateo, un judío o un musulmán. Últimamente la Navidad es algo por lo cual los cristianos hasta casi se supone que tendrían que pedir perdón. A todo lo cual habría que agregarle todavía la compulsión consumista con su correlato no menos obligado de ansiedad gastronómica e infantilismo pirotécnico. Un extraterrestre que observara el comportamiento actual de muchas personas durante la Navidad podría llegar a pensar que Jesús de Nazaret debió haber sido presidente de Alcohólicos Anónimos o Comandante de Artillería.

Y, sin embargo, aun degradada y tergiversada, la Navidad sigue teniendo su valor y su belleza. Sigue teniendo vigencia porque, a pesar de haber quedado deslucida por un mundo en franca decadencia, todavía simboliza a la familia y a la esperanza. Navidad es símbolo de familia porque a ese pequeño Ser, que vino al mundo y fue puesto en un simple pesebre hace más de dos mil años atrás, lo esperaban una madre y un padre que lo querían. Con lo que, desde hace más de dos mil años, la figura de la Sagrada Familia ha sido, a su vez, símbolo y referencia de la unidad, la estabilidad y la solidaridad de una verdadera familia. Pero además, la Navidad habla también de la esperanza porque, no nos engañemos, hace dos mil años atrás el mundo estaba por lo menos tan plagado de problemas y de graves dificultades como lo está hoy. El Mal – así, con mayúscula – no imperaba menos que hoy. Y si la palabra de Jesús de Nazaret tiene un mensaje, ese mensaje es que el Mal realmente puede ser vencido.

La simbología familiar no le viene nada mal a un mundo que ha confundido los conceptos de "pareja", "matrimonio" y "familia" creyendo que todo es cuestión de "ensamblar" las cosas por medio de un acuerdo mutuo sobre caprichos pasajeros. Es bueno que – aunque más no sea una vez al año – los valores de la familia se hagan presentes para recordarles a los creyentes que hay un modelo sagrado de familia y a los no creyentes que la familia como forma de organización social no es una mera opción contractual sino una institución que cuenta con más de dos millones de años de vigencia en la genealogía de la especie homo sapiens.

Pero, si la simbología de la familia es clara y fácilmente explicable, las cosas ya se complican cuando se trata de la esperanza. Durante la Navidad muchos hablan de ella, por supuesto, pero pocas veces queda en claro qué es lo que se está entendiendo por el término.

Para el común de las personas, la esperanza es algo así como confiar en que las cosas, de algún modo, ya van a mejorar. Lo cual, implícitamente, no es sino una manera de esperar que ocurra algún milagro. Porque mientras por un lado todo el mundo repite que, en última instancia, el destino lo construye cada uno con su esfuerzo propio, por el otro lado las condiciones objetivas imperantes en nuestra civilización actual hacen casi imposible una vida normal, sana, racional y humanamente digna. Con lo que el esfuerzo individual queda muy fácilmente ahogado en el mar de la mediocridad generalizada.

Con el dogma incuestionado de la separación de poderes y la nueva religión de la democracia no solamente ya no sabemos si la política está – o debería estar – en manos del ejecutivo, el legislativo o el judicial, sino que la fe religiosa ha quedado relegada a la esfera de los asuntos privados. Con lo que la única fe operante es la fe en una democracia dogmáticamente declarada como única alternativa aceptable y la única esperanza que queda es la de que, por algún milagro, "ya van a hacer algo" unos políticos que se caracterizan justamente por su incapacidad. El resultado es que, mientras todo el mundo espera que las cosas cambien, nadie hace nada al respecto.

Entre muchos cristianos esta mezcla de fe privada en lo religioso y de fe en el milagro en cuanto a lo público termina traduciéndose curiosamente en desesperanza. Es la actitud de quienes piensan que este mundo ya está tan corrupto que la verdadera justicia solamente puede ser alcanzada en el más allá. Realmente, no deja de ser un consuelo saber que los buenos serán premiados y los malos castigados cuando llegue el momento de la justicia divina en el otro mundo. Pero a unos cuantos esto solamente les sirve de excusa para no asumir la responsabilidad que les cabe por las cosas de este mundo. Es muy cómodo ponerse en la posición de decir: "el Mal es demasiado poderoso y no podemos derrotarlo; pero tampoco importa demasiado porque, al fin y al cabo, la justicia divina ya se encargará de darle a cada cual lo que le corresponde." Con eso ciertamente se pueden adormecer algunas conciencias pero el problema está en que eso no es esperanza. Es simple resignación con  transferencia de responsabilidad. O mera cobardía inconfesada con el adicional olvido de la escena de la expulsión de los mercaderes del templo.

Por supuesto, con lo anterior no quiero decir que la actitud de darle un poco la espalda al mundo actual no sea comprensible. Es más: en cierta medida hasta puede resultar saludable y una buena forma de empezar es apagando el televisor. Pero el recluirnos en nuestro pequeño mundo privado de un modo completo y sistemático no es buena idea. No lo es porque nuestro mundo personal ni es tan pequeño, ni tampoco es tan privado. Está en contacto con el mundo exterior por mil relaciones y necesidades que, lo queramos o no, constituyen avenidas de doble mano.

El estoicismo es una filosofía admirable y contiene una gran sabiduría pero – como en toda filosofía – a condición de respetar ciertas medidas y proporciones. No está mal "cultivar el propio predio", hallar placer en las pequeñas cosas de la vida, no preocuparse demasiado por lo que hace o tiene el vecino, no ver siempre el lado malo de las cosas y concentrarse en el lado bueno que casi todas tienen, no ser esclavo de lo que se tiene ni desear tener lo que no se necesita; no volverse loco con los grandes problemas mundiales y dedicarse a resolver satisfactoriamente los pequeños problemas que nos tocan todos los días. Todo eso no está mal; por supuesto. Todo lo contrario. Pero a condición de no perder de vista que nuestro pequeño predio personal forma parte del gran territorio mundial, que el vecino que no envidiamos puede estar robándonos lo que nos corresponde, que nuestros pequeños problemas personales pueden muy bien ser solamente reflejo de los grandes problemas generales y que conformarse con poco no es muchas veces sino una manera de resignarse a lo poco que se consigue sin hacer un esfuerzo.

Por mi parte me gustaría que a veces la esperanza, tal como popularmente se la entiende, se relacionara un poco más con el coraje civil, con la iniciativa, con la resistencia activa y con el avance quizás lento pero sostenido sobre objetivos positivos. En lo personal creo que la esperanza en el éxito de un proyecto emprendido con entusiasmo y responsabilidad es un poco más efectiva que ponerse a esperar que ocurra un milagro.

El gran secreto de los milagros es que, para que ocurran, hay que merecerlos.

¡Feliz Navidad y un muy buen 2012 para todos!