«Era medianoche del 29 de mayo. Veíamos a través de la ventana cómo un grupo grande de personas se acercaban cantando. Destruían casas y propiedades. Salimos a la calle para ver qué pasaba. Todo el mundo gritaba, lloraba y corría. Cogí a mi familia y escapamos del barrio. Nos refugiamos en una comisaría. Apaleaban a la gente como si fueran serpientes. Pude verlo desde lejos. Vi a uno que no sé si estaba muerto, pero no pararon de pegarle hasta que dejó de moverse. Entonces se fueron a por otros». El mozambiqueño Felipe Francisco Ndba, de 40 años, relata así a ABC la llegada de hordas de surafricanos a Primrose, al este de Johanesburgo, a la caza del extranjero.

La violencia incontrolada traslada nuestra memoria a los últimos años del «apartheid» en los barrios más pobres del país. Greg Marinovich y Joao Silva, reporteros gráficos forjados en esa guerra, lo recogieron al detalle en «El club del bang-bang».

«Diabólico y bárbaro»

«Haber trabajado como fotógrafo en Suráfrica durante más de diez años no me hacía ajeno a la violencia: había visto gente enfadada gritando eslóganes, cortando carreteras y destrozando propiedades. Pero quemar vivo a un hombre era diabólico y bárbaro, un regreso a la peor violencia bajo el apartheid», aseguró a finales de mayo Siphiwe Sibeko, reportero de la agencia Reuters.

«Venían por la noche de casa en casa con cuchillos y palos. Gritaban contra los extranjeros. Dicen que les quitamos el trabajo», relata Robert Ngoben, de 32 años, que compartía chabola con otros mozambiqueños. No hace aún ni 24 horas que ha huido del país en el que vivía desde 1989.

Este «negros contra negros» se repite en algunos casos en los mismos suburbios tristemente famosos del «apartheid». Algunas de esas localidades no soportan el alto índice de inmigrantes de otros países de la zona. Los locales, según los testimonios recogidos por ABC, les culpan de la precariedad laboral.

Hasta 100.000 personas se han visto desplazadas de sus hogares, según cifras de Naciones Unidas. Miles, después de refugiarse en comisarías de Policía, iglesias o campamentos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), regresaron a su país como única salida para no volver a ser atacados. Hasta 40.004 tiene contados entre sus papeles Joao Ribeiro, director del Centro Nacional de Operaciones de Emergencia (CNOE) de Mozambique.

El gesto del humo

¿Y por qué ha ocurrido ahora todo esto? «Por la pobreza y por el trabajo», explica Ribeiro en su oficina, junto al aeropuerto de Maputo, basándose en los testimonios de los compatriotas retornados. Ribeiro habla de 17 muertos entre sus compatriotas, pero hay cifras de la ONU que la elevan hasta 30.

Felipe Francisco Ndba trabajaba de electricista en Suráfrica desde 1992 y tiene sus papeles en regla. Habla despacio pero seguro. Recuerda el calvario sufrido en los últimos días hasta que ha sido realojado al otro lado de la frontera, en el campamento del CNOE.

Relata con detalle lo ocurrido mientras le escucha con atención su mujer, Marta, de 38 años, en la tienda de campaña de lona blanca que ocupan junto a un puesto de Policía en Matola (Mozambique). Sus hijas, Laurinda, de 12 años, y Mamashane, de 6, juegan en los alrededores. «El motivo de todo esto merece un largo análisis, pero dicen que les quitamos el trabajo», resume.

«Al día siguiente regresamos al barrio con la Policía para buscar nuestras cosas, pero ya era tarde. Nuestra casa estaba saqueada, destruida y en llamas», explica mientras hace con sus manos el gesto del humo antes de abrir una maleta en la que guarda la poca ropa que pudo recoger del suelo. «No regresaré a Suráfrica jamás», sentencia este hombre que dejó su país hace una década y media por la guerra.