OJOS DESTERRADOS

por Beatriz Esseddín

 

Este relato me estuvo rondando como un aparecido durante años. Hasta que me decidí a escribirlo, para que su nostalgia deje de atormentarme , su furia se apacigüe y su amor por la tierra me ayude a resistir. A veces, escribir es como regresar a la patria. Y a veces, es como tirar piedras...

Hubiera querido escribirlo en árabe, pero...el castellano está " clavado en mí como una maldición".

Está especialmente dedicado:

A mi abuelo Aqil, porque eligió vivir en Palestina y si no fuera por su carta de amor árabe, mi abuela no lo hubiera seguido.

A mi abuela Francesca, porque lo siguió con los ojos bien abiertos.

A mi padre, Mohammed, porque a pesar del dolor que provocan algunos recuerdos, respondió mis preguntas sin cerrar los ojos.

A mi tío Farid, porque resistió cultivando bamiah hasta el último de sus días.

 

I

" Si no fuera por la dicha que me deparó la providencia al cruzarse usted en mi camino, recorrería triste el sendero de mi vida, sin luz en el alma ni fuego en mi corazón.

Alabado sea quien en su poder magnánimo me dio la felicidad al hallarla, hermosa, ojos de esmeralda.

En usted concentro mi vida. Desde que la vi, ya no soy nada mío, usted es mi todo…"

Eso decía la carta. A "Ojosdesmeralda" se le sonrojaron las mejillas. Y cerró los ojazos. Con suavidad.

Un cosquilleo tibio la acarició. Los jazmines del patio, las magnolias y los azahares la rozaron con su aliento dulce.

El olor fresco de la tierra mojada hizo que regresara de su ensueño.

Cuando abrió los ojos, vio a su papá mirándola con intriga.

Mientras intentaba esconder la carta que temblaba aún entre sus manos, quiso ensayar una explicación. Pero el padre fue más rápido: - Eh, bambina!... Ma decile que sí al Árabe! ¿No ves que se está derritiendo?

Lo que invadió sus mejillas, de afuera se veía rojo, pero de adentro se sentía como una hermosa mezcla de alivio y pudor.

Mientras una sonrisa inevitable iluminaba su rostro pensó que sólo su Árabe era capaz de conseguir que un puñado de palabras escritas miren a los ojos.

Como a esta altura todos sospecharán: se casaron. Tuvieron dos hijos. Dos hijos de ojos grandes.

Si había algo que abundaba en esa familia era la mirada grande, ancha, profunda. Miradas de ojos brillantes, pícaros, generosos, veraces. "Ojos que no mienten". "Ojos que hablan", decían en el barrio.

Tal vez por eso no fue necesario que el Árabe explicara ni argumentara. Ojosdesmeralda vio en su mirada la tristeza, la nostalgia. Vio su desarraigo. Y no tuvo duda alguna: a donde él fuera, iría ella. Lo acompañó. Lo siguió.

Él se detuvo en El Bassa, Palestina.

 

II

El Bassa era montaña y mar. Olivos, vides y naranjos. Hortalizas cubiertas de rocío. Gente amable. Ojos almendrados. Miradas honestas. Aire seco. Jazmines. Sencillez de aldea. Vertientes de agua fresca. Manos cariñosas. Bocas sonrientes. Miradas que hablan y no mienten. Cabezas que cargan cántaros. Colores, aromas, sabores y sonidos nuevos. Gente caminando. Telas bordadas. Sol radiante.

Al principio. Éso, al principio.

Después fue vecinos entrañables. Amigos indispensables. Narraciones maravillosas. Sabores necesarios. Palabras inolvidables. Paisaje imborrable. Costumbres imprescindibles. Rebelión contra el ocupante británico. Música del alma. Tierra querida y Patria.

No sé si podrán comprender cuánto deseaban sus ojos seguir mirando todo aquello. Saboreándolo.

Estoy hablando de gente humilde. Gente agradecida con Dios sólo por tener trabajo, educar a sus hijos y habitar su tierra y su cultura.

Una cultura que envolvió a Ojosdesmeralda con tibieza de luna llena.

 

III

Pero llegó el día nefasto.

El día que nadie en El Bassa pudo predecir. Nadie pudo siquiera imaginar ni suponer.

El día en que la maldad les cayó encima como un rayo bestial.

Las humildes casas fueron aplastadas como un montón de hojas secas. No quedó nada en pié. Colchones, mantas, mesas y almohadones. El mortero para el kubbe, los manteles bordados con paciencia, los platos decorados. Ropa recién lavada. Los documentos. Las fotos con amigos y vecinos. Los libros. Las herramientas de trabajo. La máquina de coser. Las cartas de los parientes y hasta ese manojo de flores silvestres que adornaban la ventana. Y la cajita de nácar donde guardaba pavadas que guardan a veces las madres: el primer diente de leche y un mechón de cabello de sus chicos. Todo fue destruido.

Y entonces El Bassa fue miradas espantadas. Llanto incontenible. Angustia desgarradora. Gritos ahogados. Brazos que cargan niños. Pies descalzos corriendo sobre los escombros. Ojos que buscan. Latido desolado. Confusión. Torbellino de manos entrelazadas. Pavor. Sudor. Estupor. Preguntas incontestadas. Plegaria interminable. Expulsión. Almas en pena. Destierro insoportable. Oscuridad.

 

IV

Ojosdesmeralda vio todo con sus ojos mientras corría a refugiarse en Naqura.

Sólo Dios sabe cuánto desearon sus ojos claros no ver aquella escena espantosa.

Pero tuvieron que ver cómo una piara de brutos, descontrolados como perros rabiosos, robaban un pueblo entero. Cómo una horda demoníaca pisoteaba la tierra, la tranquilidad y los derechos. Cómo un grupejo de cobardes, deshacía con la insolencia del malvado, el fruto de miles de años de esfuerzo colectivo.

Vieron desamparados, cómo unos bandidos, inmorales, desquiciados, clavaban para siempre en sus ojos mansos, aquella escena atroz, de odio, maldad, abuso y despotismo.

 

V

El Bassa ahora es

el pueblo milenario

donde creció mi padre.

Es, a veces,

relato dulce y melodía.

Otras veces,

recuerdo cruel,

feroz, brutal.

Y siempre, siempre,

Patria que resiste

en cada descendiente.

Es tierra que espera

sabia y paciente,

que un día regresemos

a sembrar

y a cantar.

 

Algunos datos históricos.

En 1948 una banda sionista, la Haganah, con tanques, topadoras y armas de fuego, (parece que recibieron una ayudita de sus amigos británicos) atacaron El Bassa.

La aldea estaba ubicada en el departamento de Akka -Acre-, a 2 Km. al este de Naharíe y pegada a Líbano, al sur de Ras An Naqura. Expulsaron al total de la población. Derribaron el 90% de las construcciones. También le quitaron el nombre al pueblo y sobre sus escombros, instalaron un aeropuerto militar y varios asentamientos, donde habitaron familias judías de origen europeo, muchas de las cuales ocuparon las pocas casas palestinas que dejaron en pie.

En El Bassa, a 1 km. del casco urbano, funcionaban talleres del ferrocarril británico, en los que trabajaban muchos de sus habitantes. El resto -la mayoría- se dedicaba a la agricultura, la cría de animales de corral, algunos oficios y profesiones. Los terrenos de cultivo y pastura se encontraban en los alrededores del casco urbano. Uno de esos terrenos era de uso comunitario.

Nadie en el pueblo estaba desocupado. No había hambrientos ni desamparados. Tenía dos escuelas primarias a las que asistían todos los niños y niñas. En una de ellas funcionaba además un Centro Scout del que participaban casi todos los jóvenes del pueblo. Contaba además con una escuela secundaria.

Vivían allí unas 3600 personas y había alrededor de 700 viviendas, una mezquita y dos iglesias cristianas – una católica y otra ortodoxa-.

Cuando se celebraba un casamiento, los novios acostumbraban recorrer cada uno de los tres templos para recibir el saludo de los jefes religiosos. Y después: el pueblo entero se juntaba a comer sus delicias, a cantar y a bailar.

La gente sencilla, simplemente vive y deja vivir.

La autora, Beatriz Esseddín, es una Palestina – Argentina, pertenece a la Federación Argentino-Palestina