Otro mundo es posible, pero solo con nacionalismo

Cada día mueren 30.000 niños de hambre, cien millones viven en la calle y 250 millones son obligados a trabajar. Mientras, las doscientas personas más ricas del mundo superan los ingresos del 48% más pobre. Estos y otros datos reflejan la injusticia y desigualdad en aumento que supone la llamada globalización, que no es otra cosa que la organización del comercio y la economía mundial al servicio de un puñado de grandes multinacionales imperialistas.

Opresión global

Los economistas burgueses nos dicen que la mundialización de las relaciones económicas nos acerca a un mundo de desarrollo tecnológico y crecimiento económico infinitos pero la realidad es que una quinta parte de la población mundial, 1.200 millones de personas, vive (es un decir) con menos de un dólar diario y 2.400 millones lo hacen con menos de 2,50 dolares. Un informe de la FAO (organismo de la ONU) de principios de los 90 afirmaba que en aquel momento los medios existentes permitían producir alimentos para 10.000 millones de personas. Sin embargo, con una población mundial de 6.000 millones, el hambre y la miseria más absolutas se extienden y crecen por todo el mundo.

Bajo este sistema no basta que la gente necesite bienes y servicios, debe tener dinero para pagarlos, sino los capitalistas recortan la producción o prefieren especular en bolsa. El 95% de las inversiones son especulativas, los capitalistas mueven su dinero de un lado del planeta a otro buscando el máximo beneficio. Si eso significa cerrar empresas, arruinar una economía o dejar en la calle a miles de trabajadores les da igual.

Las multinacionales controlan el 40% del Producto Interior Bruto (PIB) y el 70% del comercio mundial. Instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), creadas por los propios capitalistas para defender y estabilizar su sistema, obligan a los distintos países a aceptar sumisamente sus políticas.

Esas políticas no son algo abstracto. El resultado es la degradación de las condiciones de vida de los trabajadores, los campesinos y en general de todos los explotados. Y no sólo en los países más pobres. Las diferencias entre ricos y pobres (y el propio número de pobres) en las sociedades más ricas, empezando por EEUU, no han cesado de crecer durante las últimas décadas.

Una alternativa revolucionaria al capitalismo

Pero frente a esta explotación global vemos también el desarrollo de una respuesta. Una movilización popular creciente y cada vez más masiva empieza a extenderse por todo el mundo dispuesta a plantar cara a las instituciones y multinacionales imperialistas. Desde Seattle a Barcelona, pasando por Praga o Génova, las manifestaciones contra esta globalización de la opresión al servicio de las multinacionales han reunido a centenares de miles de jóvenes y también a sectores cada vez más importantes y numerosos de trabajadores.

Esta lucha debe continuar, extenderse y —lo más importante— dotarse de una alternativa clara y revolucionaria a las políticas explotadoras del capitalismo. Los nacionalistas
tenemos la obligación de participar en la lucha contra el capitalismo global defendiendo en primer lugar que no se puede hablar de capitalismo y globalización como de dos cosas distintas. El objetivo no debe ser reivindicar un capitalismo más democrático, más humano y limitarse a poner controles a los movimientos de capital o defender una distribución mas justa de la riqueza dentro de este sistema  como plantean algunos dirigentes y organizaciones.

No podemos tener como horizonte la democratización de instituciones imperialistas como el FMI, BM, OMC o la propia ONU. Los capitalistas han creado dichas instituciones para
defender su sistema de explotación y oprimirnos, si dichas instituciones dejaran de serles útiles para explotarnos se dotarían de otras nuevas para ejercer su dominio.

En nuestra opinión la alternativa debe ser acabar con el capitalismo y expropiar a las multinacionales, poniendo toda esa riqueza creada con nuestro trabajo, que hoy se embolsan unos pocos, bajo el control del pueblo. Ello permitiría hacer posible un orden económico internacional justo y solidario en el que los recursos se empleen no en función del interés privado de los parásitos de las multinacionales sino de las necesidades económicas, sociales, culturales y medioambientales de la mayoría de la humanidad. 

Otro mundo es posible sí, pero sólo en una sociedad nacionalista.

Julian Costa (Venezuela)