UN ENFOQUE NACIONAL DEL PERIODISMO

por Mauricio E. Valenzuela

 

Mi amigo Renán Valdés

Ha muerto un grande.

La vida de nuestro camarada y gran amigo Renán Valdez von B (1923-2010) se apagó el pasado 6 de julio.

Sin duda a los hombres grandiosos los define la circunstancia particular de una existencia acorde con sus actos. Una existencia grande pero en el caso de Renán también silenciosa; de un silencio en que como caídas estrepitosas caben los años, las derrotas, las enfermedades y las ausencias que ya, al cerrarse en torno al fin de nuestros días como la certeza que son, no nos dejan apelar a nada más que a recuerdos. Muy bien lo sabes tú, querido Renán, que te gustaba tanto vivir de ellos.

Renán Valdés a lo largo de su vida no fue un hombre políticamente correcto ante el mundo. La cohesión interna de sus actos y de su lucha contundente por lo que consideraba justo, por aquellas cosas que aunque fueran minucias le quitaban el sueño o lo amargaban profundamente, lo mantuvo aferrado a sus búsquedas. A veces de elevado precio, a veces perdidas de antemano o de frentón equivocadas.

El aislamiento, la soledad, el desarraigo y la pobreza lo encontraron en sus últimos años, y de todas las luchas sólo contaba derrotas. Derrotas personales y políticas, sufrimientos enormes que no viene al caso enunciar en este pequeño homenaje, pero que fueron, sin embargo, la simiente de una visión de mundo muy especial y única.

Su casa cerca de Recoleta estaba llena de recuerdos. Le encantaba enseñar sus álbumes de fotografías a los amigos. Aparecía junto a Ibáñez, Frei Montalva, Allende –quien pese a ser diametralmente opuesto a él lo respetaba como un digno adversario-, Bernardo Lieghton, Augusto Pinochet, Gabriel González Videla, etc.

Con el autor de la Ley Maldita hay una interesante historia. Renán, con su tono directo le increpó al Presidente en la prensa en 1948 el hecho de salir elegido con votos comunistas y luego lanzarse en su persecución. Esto le costó la cárcel y el exilio a Quirihue. Cuando estuvo recluido escondió entre sus ropas una cámara fotográfica que le permitió captar la vida que tenían los reclusos en la penitenciaría pública. Aquella vivencia le inspiró una novela llamada Cárcel. En medio de su exilio el Presidente lo mandó a llamar directamente a la Moneda e impresionado por su sinceridad le dio de inmediato el indulto. Renán fue siempre un luchador contra el comunismo y el marxismo en todas sus manifestaciones, pero para él los cuestionamientos justos e inteligentes eran primero que las posiciones políticas. Muchos años después, cuando trabajó en el edificio Diego Portales, se atrevió a cuestionar los allanamientos de Pinochet frente a frente. Según él que detuvieran “a tanto cabro joven que ni sabía lo qué era el comunismo no era justo para las familias”. La impertinencia le costó su salida del trabajo pero a la vez le dio el respeto de los que lo rodeaban. Pinochet en persona hizo Ley de República la pensión de gracia que le permitió seguir viviendo austeramente sus últimos años. Pese a tener pocos recursos su hospitalidad era su mayor virtud al ser visitado por los amigos. Eso, sus buenas historias y reflexiones, hacían que las visitas a su casa fueran una delicia.

Perteneció a las filas del Movimiento Nacional Socialista de Chile allá en la lejana década del 30, días en que el idealismo se vestía de uniforme gris y se golpeaba a los enemigos políticos con un grueso cinturón, cuya hebilla, de bronce macizo, tenía el relieve de un rayo en asenso. El día en que nos conocimos llevé uno de estos cinturones a su casa. Él, emocionado, lo sostuvo entre sus manos y ensayó, después de casi 70 años, el certero movimiento de ataque. No lo había olvidado ni un segundo.

Me contó que el cinturón se enrollaba sobre una mano y era usado para golpear al oponente con los dos extremos de la correa que terminaba en puntiagudas piezas de bronce, que en algunas oportunidades eran afiladas para producir mayor daño. Las piezas se encajaban, una sobre otra, para armar la hebilla y ajustarse luego al pantalón. “Nadie quedaba parado después de recibir un hebillazo. Andábamos desarmados y cuando nos veían el cinturón, pocas veces alguien de la policía se daba cuenta que podía ser un arma”, me relató aquella vez.

Era un hombre lleno de recuerdos maravillosos y su gran asunto fue sin duda la política. Tuvo gran participación como militante de diversas agrupaciones nacionalistas y partidos políticos. Estuvo en el M.N.S, en el Movimiento Nacionalista de Chile de Guillermo Izquierdo Araya, el PADENA, el Agrario Laborismo y la DC. En los años 60 lanzó su candidatura a regidor independiente por el primer distrito de Santiago. No tuvo suerte. Al observar sus fotos de campaña, aparecen lugares conocidos, teatros de la urbe concurridos por la gente modesta de los barrios de Recoleta que fueron sus escenarios de toda la vida. Al medio de todos, en la palestra central, sosteniendo casi siempre un cigarrillo, mirando a la cámara y coronado con frecuencia por el pabellón patrio, estaba Renán haciendo gala de su mejor pinta, su bigote anchoa, su terno negro y su inigualable labia. Esa era su virtud junto con la escritura. También había en esos actos un no se qué de melancólico, una tristeza implícita que indicaba que el único resultado de aquello debía ser la derrota.

Forjado en la dureza no conoció a su madre hasta los 19 años. Fue hijo de la destacada pintora nacional Elena von Benebitz, quien al conocerlo, cuando Renán fue por curiosidad a la elegante casa donde vivía, tuvo hacia él una actitud distante y fría. Pese a eso guardó toda la vida junto a su corazón y como único recuerdo un cuadro hecho por la artista. No ser reconocido fue uno de sus grandes dolores. Para su padre no fue un hijo querido y su presencia fue más bien distante entre los hermanos para quienes era un extraño ya mayor sin pertenecía al hogar ni a la felicidad común del núcleo. Vivió su niñez, solitaria casi, junto a su abuela y su tía que murieron tempranamente. Al quedar solo transitó en pensiones de mala muerte en el centro de Santiago, rebuscándoselas a duras penas. Era una ciudad extraviada bajo un velo melancólico de luces murientes y estertores de bohemia memorables. La juventud de Renán, al quedar solo, se tronó desencantada. Él mismo nos cuenta: “Cuando me pongo a recordar esas lejanas etapas de mi vida estudiantil, pienso en la mueca de asombro que debió afectar mi rostro al salir de la oscuridad a la luz, como un hombre a quien se arroja violentamente a la vida al catorceavo año de concepción. Porque el fenómeno de la vida propiamente tal se incorporó al bagaje de mis especulaciones con caracteres violentos, a los catorce años. La imaginación robustecida en un silencio demasiado largo, templada en la inacción, rompió aceleradamente sus envolturas y emergiendo de entre las células más ocultas del cerebro, como un lampo de luz de fascinaciones irresistibles, derribó todo, construyendo en represalia, un gran casillo de absurdos, de esperanzas truncas, un laberinto falso y seductor”.

Fue en esa época, 1938 o 39, en que comenzó con el oficio que definió su vida: el periodismo. Desde su pequeña pieza, en esos días en la calle Mac Iver, redactaba sus cuentos y crónicas. Usaba una añosa máquina de escribir portátil que a pulso le abrió la puerta en varios periódicos como El Mercurio, Trabajo, El Diario Ilustrado y La Antorcha de San Felipe, en donde comenzó su carrera apenas hubo terminado la enseñanza en el Liceo San Agustín.

Con el tiempo vinieron los libros, cuentos y novelas, y la dramaturgia, actividad que lo llevó a conocer a su gran amigo Juan Pérez Berrocal que fue uno de los principales precursores del cine chileno y un importante hombre de teatro vinculado a la SATCH (Sociedad de Autores Teatrales). La amistad de ambos perduró hasta el punto que fue Renán el que prologó su libro de memorias editado en Perú, titulado “Mi vida y el teatro”.

Los libros de Renán Valdez, los conocidos, son “Cárcel”, editado en 1949, “Cuatro autores y sus cuentos” de 1954 y “En el cielo no hay parcelas” de año desconocido.

Sin duda fue un hombre que se hizo a sí mismo; fue un nacionalista como nadie porque amó a su patria por sobre todas las cosas, y el suyo fue un amor que valió el precio duro de vivir en la marginalidad, ignorado y pobre. Nunca mendigó cargos políticos y se mantuvo fiel a sus propias razones y principios, a sus propios errores y búsquedas, a sus propias obcecaciones. Buscó figurar, pero no ambiciosamente como otros, sino estar presente en los afectos de quienes ayudaba incondicionalmente. Pocas veces fue reconocido y su orgullo le impidió pedir favores y recompensas, por eso nunca tuvo el lugar merecido.

Renán fue derrotado y es precisamente aquella derrota la que lo hace un héroe. Él, como nadie, asumió el precio de su pensamiento. Un precio que nadie, salvo algunos, están dispuestos a pagar por mantenerse sinceros y limpios.

Nuestra amistad me dio algo grande. Una reflexión honda sobre la vida y sus caminos. Muchas veces le dije el último tiempo que fuera al medico y que se hiciera ver el corazón que le estaba fallando. Nunca hizo caso. “Señor Valenzuela -me decía con ese respeto y parsimonia típicos de él-, yo ya estoy cansado de vivir. Me siento solo en esta casa, mi esposa y mi hija me esperan en el otro mundo y yo ya no quiero nada más”. Se cumplió por fin tu deseo, mi querido Renán.

Murió como vivió, de pie. No alcanzó a caer al suelo cuando el infartó fulminante sacudió su cuerpo con el último suspiro, el suspiro de un hombre superior que de todas las guerras, que de todas las batallas, sólo contó honrosas derrotas.

Te echaré de menos, maestro, amigo, camarada.

Honor y gloria a Renán Valdés.