PRIMERA (Y ÚLTIMA) CARTA ABIERTA AL SR. MARCOS GHIO

por Denes Martos

 

Estimado Sr. Ghio:

Navegando por Internet me he sorprendido gratamente al comprobar que se ha dignado Usted honrarme con una de sus amables diatribas. Me he sorprendido (un tanto) porque últimamente parecía tenerlas reservadas casi exclusivamente para lo que supongo habrá sido el gran divertimento y regocijo del Señor Adrián Salbuchi.

Ya que es obvio que al menos uno de sus pasatiempos favoritos consiste en dedicarse a estos y parecidos menesteres, en lo que a mí se refiere y a fin de poner en su debido lugar el fárrago de las posibles diatribas subsiguientes permítame tratar de hacerle entender lo siguiente:

1)- Por lo que a mí concierne pueden, tanto Usted como sus amigos, ejercer el derecho de escribir lo que quieran, como quieran, donde quieran, cuando quieran, sobre el tema que quieran, a propósito de lo que se les ocurra o venga en gana y, dado el caso, publicarlo donde puedan. No soy el ni el censor ni el corrector de las composiciones escritas de los demás, – ni siquiera de las de un nivel escolar primario – no me importa serlo y tampoco tengo ningún inconveniente con eso. De última lo que cada uno escribe revela, quiéralo o no, su nivel, su estilo, su orientación y sus propósitos, y eso queda claro para cualquiera que realmente sabe leer.

2)- Por mi parte me reservo el mismo derecho arriba mencionado, del cual naturalmente haré uso cuando me plazca.

3)- Si Usted está en desacuerdo con lo que expongo, desafortunadamente no puedo hacer gran cosa al respecto. Es un infortunio con el cual tendré que convivir. Haciendo un gran esfuerzo quizás hasta me podría llegar a autoconvencer de lamentar el hecho; pero no mucho más que eso. En todo caso, le agradecería enormemente no adjudicarme intenciones que, o bien son las suyas propias, o bien se las imaginó gracias a una harto frondosa fantasía, o bien trata de adivinarlas fracasando estrepitosamente en el intento, o bien le fueron dictadas por otros, o bien simplemente las adjudica con una dadivosidad arbitraria y gratuita a partir de una ostensible incapacidad para la comprensión de textos que, entre muchas otras cosas, también se manifiesta en una evidente e innegable total ineptitud para entender la ironía o, sencillamente, hasta el humor más elemental.

4)- Si lo que esperaba con su libelo era provocar un debate, me apena sobremanera verme en la obligación de señalarle que ha errado tanto el camino como, especialmente, el tono. El debate – que en todo caso y dado el planteo que Usted ha hecho, no sería un debate sino una más o menos vulgar discusión de café – no tendrá lugar principalmente por tres motivos fundamentales, entre varios otros:

  • En primer lugar no debato con quienes se suben a los escritos de otras personas para hacer tronar su desacuerdo, especulando con ello arañar algún grado de notoriedad que no consiguen obtener de otra manera. De hecho, considero esa práctica tan deleznable y tan patética que no estoy dispuesto a condonarla. Ni siquiera como condescendencia hacia quienes no encuentran otra forma de intentar en vano superar el horizonte de su gris medianía.

  • En segundo lugar, y sobre todo, tampoco debato con alguien que demuestra palmariamente no haber entendido, siquiera en un grado mínimo, aquello que cree estar habilitado para criticonear. Sucede, estimado Ghio, que en el ámbito del análisis político desgraciadamente resultan insuficientes los recursos habituales del libre guitarreo esotérico con los cuales es relativamente fácil disimular la atocia mental mediante una simple copia – ni siquiera demasiado feliz – de ideas ajenas apareadas con sibilinas abstracciones inverificables, entretejidas a su vez con muchos lugares comunes y algún exabrupto ocasional destinado a provocar el aplauso de la galería.

  • En tercer lugar, aunque no en último término, tampoco considero apropiado responder a libelos plagados de cómicas tergiversaciones fortuitas y no menos hilarantes imputaciones “al voleo”. He podido comprobar demasiadas veces el divisionismo estéril que produce esta clase de perorata. Siempre es proferida por personas que, cuando se encuentran con alguien que casualmente no comulga con sus devaneos, proceden a tratar de descalificarla con lo primero que se les ocurre, siendo – naturalmente  – la supuesta complacencia con algún enemigo, real o imaginario, ya sea foráneo o autóctono, lo que con mayor facilidad les viene a la mente. Con lo que pergeñan una imputación so pretexto de una pretendida operación de “desenmascaramiento” que, como en infinidad de casos se ha visto, conduce directamente a un inevitable ridículo y se autodestruye no solo por la infantilidad del disparate sino, además, por el hecho de que no pocas veces los ignorantes devenidos en imitadores de censores y correctores cometen el error de partir de su propia inclinación y conducta suponiendo equivocadamente que todos los demás son de su misma condición.  

Descuento, obviamente, que Usted negará la validez de mis motivos y, por supuesto, créame que lo entiendo puesto que difícilmente le quede otra alternativa. Resumiendo, sin embargo, reitero que lo primero es una conducta que siempre he considerado deplorable por lo que me niego a consentirla; lo segundo es algo de lo cual, a lo largo de los años, me he tenido que convencer de que es perfectamente inútil; y lo tercero constituye la práctica de una felonía tan evidente que ni siquiera amerita abundar en mayores explicaciones.

Por consiguiente, en todo lo que se relacione con lo que por mi parte he publicado durante ya bastante tiempo y con todo lo que pienso seguir publicando, gocen Usted y sus amigos de la entera libertad de hacer, escribir, especular, teorizar, imaginar, desvariar, opinar, delirar, publicar y hacer lo que deseen, o puedan, en el ejercicio de un libre albedrío puesto en consonancia con sus conveniencias y/o compromisos. Si acaso estuvieren poseídos de un especial interés en criticar lo que yo escribo – sea esto por los motivos o por los intereses que fueren – pues entonces, como diría Don Arturo Jauretche: métanle nomás. Ni me molesta, ni me inquieta, ni me quita el sueño. En realidad – y quizás debería disculparme por la franqueza – tampoco me importa un rábano más allá de lo indispensable. El Manual de Zonceras Criollas – y no tan criollas – es de una amplitud por demás generosa aun cuando tendrá que perdonarme Usted el que yo no me incorpore al mismo haciendo abuso de esa generosidad.

Por consiguiente, por favor tenga por sabido que no me pondré a ratificar, rectificar, comentar o responder a sus penosos intentos de argumentación, ni a sus especulaciones, fantasías, ponderaciones y dicterios varios. No tengo intención alguna de dedicarme a lo que Usted, o personas similares a Usted, tienen a bien cometer. Sucede que, después de haberme interiorizado del contenido y de la orientación de una cantidad de sus composiciones literarias y después de haber constatado la envergadura de los resultados con ellas obtenidos, hace ya tiempo que llegué a la conclusión de que simplemente no aportan nada de real provecho al logro de algún resultado positivo. Precisamente por eso es que no recuerdo haber hecho jamás referencia alguna ni a Usted, ni a sus ejercicios literarios, y el contenido de su último magnum opus no ha hecho sino confirmar mi decisión de mantener ese hábito.

De todos modos no me cabe duda alguna en cuanto a que quienes me lean sabrán evaluar adecuadamente lo expuesto por tirios y troyanos. Y después de entender lo escrito – dado que quienes no lo entienden, es inútil que me lean – sabrán también obrar en consecuencia y como corresponde.

Tengo para mí perfectamente en claro que nadie tiene la más mínima obligación de estar de acuerdo conmigo. Por lo cual tampoco lo pretendo. Pero dado el caso de opiniones divergentes, lo único que exijo de un eventual interlocutor válido es que, al plantear la disidencia, se respeten en un mínimo indispensable las reglas elementales del honor, la nobleza, el respeto, la lealtad y la rectitud de propósitos. Y si es posible, aunque no sea una precondición necesaria, también suelo apreciar una pequeña dosis de buen gusto, algo de sentido del humor y cierta medida de estatura mental que se ubique, al menos en una pequeña proporción, por sobre la bajeza de la vulgaridad.

Espero, mi muy estimado Ghio, haber sido lo suficientemente claro como para que hasta Usted consiga entenderlo correctamente. Y, si no lo ha logrado, sólo me resta decir que lo lamento.

Porque no pienso repetirlo.

Con cordiales saludos