FACUNDO QUIROGA

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Juan Facundo Quiroga, caudillo y militar, fue uno de los máximos exponentes del federalismo argentino, nació en San Antonio de los Llanos (La Rioja) en 1788.

Sus padres fueron José Prudencio Quiroga (sanjuanino) y Juana Rosa de Argañaraz (riojana), criollos de ilustre abolengo hispano, siendo descendiente por los Quiroga (casa con solar originario de Galicia) de los reyes visigodos Reciario II y Recaredo I “el Católico” y de varios guerreros que participaron en la conquista del Nuevo Mundo.

Por línea materna descendía de los Argañaraz, familia de alta estirpe establecida en La Rioja, descendiente del conquistador Francisco de Argañaraz y Murguía quien fundó San Salvador de Jujuy en 1593 y que fue también antepasado del general Martín Miguel de Güemes.

A los 20 años, Facundo es encargado por su padre de la administración y conducción de sus arrias de ganado, viajando por Mendoza, San Luis, Córdoba y otras provincias. En 1812 pierde el ganado de su padre en el juego y para lavar esta afrenta decide enrolarse en el ejército junto al coronel Corvalán, quien reclutaba soldados para el Ejército Grande del general San Martín en Buenos Aires.

Facundo ya alistado en la compañía de infantería que estaba al mando del capitán Juan Bautista Morón, permaneció un mes recibiendo instrucción militar, hasta que el comandante Corvalán consigue que se le dé la baja por pedido de Prudencio Quiroga, quien perdona a su hijo de ese error de juventud.

En 1814 se casa con María de los Dolores Fernández y Sánchez, señorita de la sociedad riojana, pero sigue viviendo en casa de sus padres en San Antonio.

Los generales Belgrano y San Martín reciben grandes colaboraciones de Quiroga, quien le remite ganado e insumos destinados a la guerra emancipadora, obteniendo el riojano el título de “Benemérito de la Patria”.

El 31 de enero de 1818 es nombrado Comandante Militar de los Llanos, reemplazando a Fulgencio Peñaloza. Por esos tiempos el prestigio de Quiroga es inmenso en toda la región. A él acuden todos los paisanos que necesitan algo de cualquier especie que sea: ayuda pecuniaria, protección contra una injusticia, recomendación para el gobierno, certificación de hombría de bien.

En ese escenario, en su condición de hombre más rico de Los Llanos y de Comandante Militar de las Milicias, pronto comenzará a actuar Facundo Quiroga, cuyo nombre y cuyas hazañas no han de tardar en recorrer todos los caminos de la República, llenándolos de admiradores y de asombro.

En el mes de diciembre de 1818, recibe orden del gobierno riojano de marchar a Córdoba por asuntos de su cargo militar y también por sus negocios de hacendado.

A fines de enero de 1819, regresa a La Rioja cruzando la provincia de San Luis. Cuando llega a esta ciudad, es detenido por el gobernador Dupuy por causa de desconfianza y recelos hacia su persona. Allí permanece alojado en el cuartel. Mientras dura su detención, el 8 de febrero se produce la sublevación de los prisioneros realistas presos en San Luis. Son todos oficiales y altos jefes del ejército hispano vencidos en Salta, Chacabuco y Maipú. Facundo ayuda a reprimir este movimiento y se lo manda poner en libertad.

En esos tiempos es felicitado por Tomás Godoy Cruz por su participación en la lucha contra la banda de los Carrera, y en carta del 24 de noviembre de 1820 le expresa:

“Puede usted gloriarse del haber merecido esta distinción en el suceso de San Antonio en que, según instruido por el señor gobernador de La Rioja, ha tenido usted una parte principal, cortando las alas a los muchos Carrera de la provincia de Cuyo y excusando, a más de cien mil habitantes el consecuente sobresalto por tal banda de salteadores y asesinos, pues a tales extremos habrá necesariamente conducido a la tropa el frenesí y perversidad de su desnaturalizado y execrable jefe”.

En 1823 es elegido gobernador de su provincia y extendió su influencia a las provincias vecinas.

Con la llegada de Bernardino Rivadavia a la Presidencia en 1826, se establece un sistema unitario que viola las autonomías provinciales. Con empresarios londinenses ha creado varias entidades comerciales, industriales y de fomento. Una de ellas es la “River Plate Agricultural Association” y la otra es la “River Plate Mining Association”. La primera tendrá a cargo la explotación agrícola de las feraces tierras de la provincia de Buenos Aires, que por la ley de enfiteusis se cederán gratuitamente a la “River Plate Agricultural Association” para colonos ingleses. Mientras que la segunda se apoderará, también gratuitamente de las minas de plata de la Rioja, explotada por los riojanos con bastante éxito.

La oligarquía porteña apoya al nuevo gobernante y se mandan expediciones a reprimir a las provincias federales. En La Rioja el presbítero Castro Barros denuncia en la Sala de Representantes al gobierno de Rivadavia y a la persona misma del Presidente por su persecución a la Iglesia Católica. La Sala riojana resuelve no reconocer en esa provincia a Rivadavia como Presidente de la República, ni ley alguna emanada del Congreso General Constituyente, “hasta la sanción general de la Nación”, y declarar la guerra a toda provincia e individuo que atentase contra la religión católica.

El Congreso General era solamente “Constituyente”, y por lo mismo no podía tener la facultad ejecutiva de nombrar Presidente de la República. Además, de acuerdo con lo resuelto por el mismo Congreso, la Constitución debía ser previamente aprobada por las provincias, y ésta que se hacía regir había sido rechazada.

La Constitución unitaria de 1826 era centralista y establecía: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana, consolidada en unidad de régimen” (art. 7°); “en cada provincia habrá un gobernador que la rija, bajo la inmediata dependencia del Presidente de la República” (art. 130); “el Presidente nombra los gobernadores de las provincias” (art. 132).

Fue por indicación de Castro Barros, quien pasaba largas temporadas en casa de Facundo, y de cuya familia era una especie de capellán, que éste levantó su pendón con la inscripción de “Religión o Muerte”, que por otra parte se avenía perfectamente con el sentimiento del riojano, que era muy religioso y que diariamente leía los evangelios al extremo de saberlos de memoria.

Rivadavia envió a Tucumán al coronel Gregorio Aráoz de La Madrid para que organizara un contingente con el fin de reforzar el ejército que luchaba en la guerra que se había iniciado con el Brasil. La Madrid depuso al gobernador tucumano y se unió a los gobernadores de Salta y Catamarca, Arenales y Gutiérrez, formando una alianza contra el resto de las provincias que enfrentaban a Buenos Aires. Quiroga marchó contra La Madrid y lo venció el 27 de octubre de 1826 en la batalla de El Tala.

Ocupó después Tucumán y volcó la situación en el Noroeste argentino y Cuyo, controlando las provincias de Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza. Fue en esa batalla cuando Facundo enarboló por primera vez su bandera, respondiendo a un contexto que había llegado a identificar a los unitarios con la irreligión.

La Madrid en sus “Memorias”, la describe como una: “bandera negra con dos canillas y una calavera blanca sobre ellas y la siguiente inscripción: Rn. O. M. (Religión o Muerte)”. La calavera y las dos canillas no representaban la muerte física, como generalmente se cree, ni tampoco ninguna similitud con el pendón usado por los piratas, sino al cordero pascual, el Agnus Dei, el manso cordero que se sacrificó por los hombres y triunfó sobre la muerte. Es decir, significó religión o muerte eterna.

En carta a un amigo cuyo nombre no menciona, Quiroga afirma el 28 de enero de 1827 desde San Juan:

“¿que recelo puedo tener al poder, del titulado presidente, ni de cuantos conspiran en mi contra para hacerme desaparecer de sobre la tierra, y hacerse campo a la realización del inicuo proyecto de esclavizar las provincias y hacerlas gemir ligadas al carro de Rivadavia, para de este modo fácilmente enajenar el país en general y hacer también desaparecer la religión de Jesucristo, que igualmente es a donde se dirigen los esfuerzos del titulado presidente y sus secuaces? O de no ¿qué quiere decir esa tolerancia de cultos sin necesidad y esa extinción de los regulares? Pero acaso se dirá que esto no es minar por los cimientos el edificio grande que tanto costó al Salvador del mundo”.

El 5 de julio de 1827 se produce la batalla del Rincón de Valladares entre las tropas riojanas y santiagueñas al mando de Quiroga contra los unitarios mandados por La Madrid y sus aliados mercenarios colombianos de pésimos antecedentes. Tomadas por el anca, las caballerías de La Madrid se desarticulan, se atropellan, se enmarañan. Las lanzas riojanas y santiagueñas hacen un estrago espantoso. Una hora después el ejército federal, que parecía vencido, es dueño del campo, mientras no queda, de las fuerzas tucumanas, ninguna otra formación que un resto del escuadrón de colombianos al mando del célebre coronel Matute. Facundo, usando de una misma táctica, ha vencido nuevamente a La Madrid.

Celoso de su victoria, ordena al comandante Angel “Chacho” Peñaloza que persiga a La Madrid con los que huyen en dirección al norte. Dispone la asistencia a los heridos y la entrega de los cadáveres a sus deudos.

La Madrid escapa a Bolivia y pide asilo al general Sucre. Los caudillos y gobernadores de provincia, al ver alejado del gobierno a Rivadavia, se aprestaron a reconciliarse con Buenos Aires y a contribuir a la guerra contra el Brasil.

Tras el interinato de Vicente López en la presidencia, el 13 de agosto de 1827 asume como gobernador el coronel Manuel Dorrego, figura popular del partido federal.

Manuel Dorrego se apresuró a restablecer la concordia de la familia argentina; abrió comunicaciones con los caudillos Facundo Quiroga, Juan Bautista Bustos, Juan Felipe Ibarra y Estanislao López.

Dorrego propuso a los caudillos un tratado, mediante el cual se daría al país, por el órgano de un Congreso, una Constitución Nacional.

El 1° de diciembre de 1828 se sublevó, en la madrugada, la primera división del ejército a las órdenes del general Juan Lavalle. Pocos días después, el 13 de diciembre, Dorrego es fusilado en Navarro sin tener juicio previo y en forma contraria al derecho de gentes.

La noticia del fusilamiento de Dorrego consternó a la opinión pública. Los pueblos del interior se indignaron y los gobiernos hicieron oír sus protestas ante crimen tan alevoso. El general José María Paz toma Córdoba y entabla negociaciones con Facundo, pero éste apresta su ejército, con auxiliares de otras provincias, y se dispone a desalojar a Paz de Córdoba. Y nuevamente, labradores, gauchos llaneros, viñateros, carreteros, indígenas y morenos todos, vuelven a dejar sus herramientas de trabajo y formar el ejército de La Rioja a las órdenes de su caudillo, para enfrentar al ejército que atacaba las autonomías provinciales.

Los montoneros de Facundo son derrotados en la Tablada, el 23 de junio de 1829, conociendo la amargura de la derrota. Numerosos prisioneros riojanos son fusilados, entre ellos oficiales de alta graduación.

Paz derrota nuevamente a Quiroga en la batalla de Oncativo, el 25 de febrero de 1830. En esta batalla cae prisionero el general Félix Aldao, quien sufre humillaciones por parte del coronel unitario Hilarión Plaza quien lo hace montar en un burro y lo obliga a entrar así a la ciudad de Córdoba.

Facundo se establece en Buenos Aires y pide ayuda al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien le facilita tropas. A comienzos de 1831 vence al coronel Pringles en Río Cuarto y a La Madrid en la Ciudadela, el 4 de noviembre. Con esta última victoria se pacifica todo el norte argentino y en diciembre del mismo año envía una circular a todos los gobernadores pidiéndoles apoyo en la guerra contra los salvajes, la que se llevó a cabo en 1833 con la Campaña al Desierto.

Respecto a las ideas constitucionales del riojano, éste en carta a Rosas del 4 de septiembre de 1832 afirmaba:

“No me mueve otro interés que el bien general del país. Primero es asegurar el país de la consternación en que lo tiene un enemigo exterior y bárbaro, que desarrollar los gérmenes de su riqueza a la sombra de las leyes que deben dictarse en medio de la tranquilidad y del sosiego, y verá aquí justificado su pensamiento en orden a la Constitución”.

En la Expedición al Desierto, Quiroga se hizo cargo de las divisiones del Centro y del Oeste, que confió a los generales Ruiz Huidobro y Aldao, combinada con la del general Rosas, ganando territorios para la soberanía nacional y rescatando numerosos cautivos.

En 1834 se instaló con su familia en Buenos Aires y frecuenta la sociedad porteña, trabando una gran amistad con Encarnación Ezcurra.

El 18 de diciembre de 1835, el gobierno porteño le encomienda una misión diplomática ante los caudillos de Salta y Tucumán, viajando hacia el norte. Rosas lo acompañó hasta la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco), enviándole una carta con sus ideas sobre la organización nacional y le ofreció una escolta, pues había versiones de un plan para asesinar al caudillo riojano por parte de los hermanos Reinafé, que gobernaban Córdoba.

El 16 de febrero de 1835 Facundo fue asesinado en Barranca Yaco (Córdoba) junto al doctor José Santos Ortiz (ex gobernador de San Luis y figura prestigiosa del federalismo) y otros miembros de su comitiva, por una partida de sicarios al mando del capitán de milicias Santos Pérez. Un niño de 12 años, que sirve de postillón y llora aterrado, es degollado también. La galera en que viaja Quiroga es también internada en el monte; se borran con tierra las huellas de sangre y se saquea a los muertos. Allí mismo se reparten ropas y dinero. Cuando ya la tarde declina, la partida abandona el lugar del crimen. Durante la noche se desencadena una tormenta que borra todas las huellas. Por todo el país corre la noticia del asesinato del general Quiroga.

Poco después Rosas en carta a Estanislao López afirma: “Con respecto al infame atentado cometido en la persona del ilustre general Quiroga, ya estamos conformes con nuestro compañero el señor López, gobernador de Santa Fe sobre los poderosos motivos que hay para creer que la opinión pública no es equivocada al señalar por todos los pueblos que los unitarios son los autores y los Reinafé, de Córdoba, los ejecutores de tan horrendo crimen”.

La viuda del general Quiroga, reclama, el 8 de enero de 1836 el cadáver de su esposo. Rosas dispone que su edecán, el coronel Ramón Rodríguez vaya a Córdoba en busca de los restos mortales del caudillo riojano. Rodríguez marcha acompañado de una nutrida escolta y de una carroza, lo más suntuosa que fue posible construir, y toda pintada de rojo.

El 7 de febrero los restos mortales de Quiroga son depositados en la iglesia de San José de Flores, dictando el gobierno el consiguiente decreto por el cual se le rinden al difunto general honores apoteósicos. El 19 de febrero de 1836 su cadáver recibió un homenaje en la iglesia de San Francisco y fue trasladado al cementerio de la Recoleta.

En 1877, se erigió cerca del pórtico de la entrada un pequeño monumento de mármol blanco representado a una dolorosa con una placa que lleva la siguiente inscripción:

“Aquí yace el general Juan Facundo Quiroga. Luchó toda su vida por la organización federal de la República”.

Bibliografía:
PEDRO DE PAOLI, Facundo. Vida del brigadier general don Juan Facundo Quiroga víctima suprema de la impostura, Buenos Aires, 1952.
JORGE MARIA RAMALLO, La religión de nuestra tierra, Buenos Aires, 2006.


Pensamiento Constitucional de Facundo Quiroga

Síntesis de la conferencia sobre “Pensamiento Constitucional de Facundo Quiroga” a cargo del Dr. Alberto González Arzac en el XXVI seminario de los caudillos organizado por el Instituto Facundo Quiroga el jueves 12 de abril de 2007 a las 19,30 hs. en la sede del Instituto Nacional De Investigaciones Históricas Juan Manuel De Rosas.

El disertante afirmó que, pese a que en el libro “Facundo” Domingo F. Sarmiento presentó al caudillo riojano como arquetipo de la “barbarie”, se trata de un prócer con sólida formación cultural, pues fue ahijado y discípulo del canónigo Pedro Castro Barros, quien representó a La Rioja en la Asamblea del Año XIII, el Congreso de Tucumán (1816) y el que en 1821 convocó el caudillo cordobés Jun Bautista Bustos.

Se refirió González Arzac al importante rol desempeñado por Facundo Quiroga para producir el fracaso de la Constitución unitaria de 1826 (auspiciada por Bernardino Rivadavia) al negarse a recibir en su campamento militar de Pocito al enviado del Congreso Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, advirtiéndole que “se halla distante de rendirse a las cadenas con que se pretende ligarlo al pomposo carro del despotismo”.

También aludió a la trascendente influencia ejercida por Facundo Quiroga para la adhesión de La Rioja y otras provincias norteñas al Pacto Federal de 1831, primera Constitución argentina que auspiciaron los caudillos de Buenos Aires y Santa Fe, Juan Manuel de Rosas y Estanislao López.

De allí en más Quiroga colaboró con Rosas en dar solidez institucional y política a la Confederación Argentina, como está probado en la “Correspondencia entre el Brig. Quiroga y el Gdor. Rosas” que acaba de editar el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas juntamente con el Archivo General de la Nación y la Corporación del Sur. Destacó en ese sentido la importancia de la carta escrita por Rosas a Quiroga desde la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco) el 20 de diciembre de 1834, antes de que Facundo iniciara su misión al Norte y que estaba entre las ropas del caudillo riojano al ser asesinado en Barranca Yaco.

Puso de relieve González Arzac las ideas fundamentales que Quiroga quería que quedasen sancionadas en la letra del “cuadernito” (como gauchescamente llamaba a la Constitución) y pueden sintetizarse así:

- Régimen republicano: rechazo a las monarquías.

- Sistema federal: rechazo al unitarismo.

- Regionalismo: rechazo a la desintegración reconociendo las realidades culturales del Noroeste y el Litoral.

- Sufragio universal: rechazo al voto calificado o discriminatorio, implantando lo que llamó “voto libre de la República”.

Para ello coincidió con Rosas en que inicialmente debían constituirse las provincias dentro del Pacto Federal de 1831 para cohesionar luego la Nación a través de una Constitución Nacional.

(Agradecemos al Dr. Alberto González Arzac, que nos enfió esta síntesis de su conferencia)


Rosas, López,y "el moro" de Quiroga

La animosidad de Quiroga contra López venía de tiempos de la misión Amenábar-Oro, y se había exacerbado después de Oncativo. La diplomacia de Rosas consiguió apaciguar al “Tigre de los Llanos”, cuyos estallidos de cólera no llegaban al rencor permanente, y Quiroga había aceptado el mando de la División de los Andes que lo subordinaba a López, general en jefe del ejército federal. Pero sea por recelo a sus resonantes triunfos en Río Cuarto, Río Quinto, San Luis y Rodeo del Chacón, o porque López oyera a los interesados en perjudicar a Quiroga, en vez de ir contra Lamadrid con la totalidad del ejército federal, le encomendó al Tigre de los Llantos la tarea de aniquilar a los atrincherados en la Ciudadela: “¿Qué quiere decir la orden que dio (López) para que marche contra los restos del ejército sublevado y el poder de las provincias aguerridas que más de una vez domaron el orgullo de los españoles, sino que el Señor General tenía interés en que la División de Los Andes fuese destruida?”, escribía Quiroga a Rosas. Se descargó airosamente el 4 de noviembre, pero presentó al día siguiente su renuncia del ejército.

Había otro motivo, al que Quiroga daba mucha importancia: Lamadrid se apoderó en La Rioja del caballo moro de Facundo, que quedó abandonado en Córdoba cuando su retirada después de El Tío. López, sin creer que “ese mancarrón”, como dice a Rosas, era el célebre caballo de Quiroga, se lo apropió. Quiroga no pudo conseguir que se lo devolviera, y su furor estallaría con estruendo.

De este caballo habla Paz en sus Memorias al mencionar las creencias populares sobre Facundo: “Tenía (Quiroga) un célebre caballo moro que a semejanza de la cierva de Sartorio le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables consejos... rodando la conversación (relata una sobremesa de oficiales), vino caer en el célebre caballo moro, confidente, consejero y adivino del general Quiroga. Fue grande la carcajada y la mofa en términos que picó a Güemes Campero (antiguo oficial de Quiroga), que dijo:

“Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso terriblemente con su amo el día de la acción de La Tablada porque no siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día: soy testigo ocular que habiendo querido el general montarlo el día de la batalla, no permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo para manifestar su irritación por el desprecio que el general hizo de sus avisos”


El 7 de noviembre de 1831, tres días después de Ciudadela, Ruiz Huidobro escribió a Mansilla el disgusto de Quiroga por “un caballo oscuro que él estimaba mucho (que) se lo tomó Lamadrid en San Juan y ahora se halla en poder del señor López... (Quiroga) desde que le dieron la noticia se halla como en poder desahogarse del disgusto: quiso retirarse en el acto del ejército, y se conformó en no hacerlo por causa de Don Juan Manuel hasta dar una batalla. Ahora se dispone de hacerlo... recelo otros resultados que quizás nos pongan de peor con morir sin venganza ni darle al general López dos días de gusto, y eso se debe a López que devolviese el moro y tranquilizó a Quiroga:

“Suponiendo fuese cierto que López tiene el caballo, y éste es oscuro, ha estado muy lejos de la intención de agraviarle reteniendo el animal que sólo él puede montar y lo mira como una alhaja de un amigo recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que creyese conveniente hacerlo”

López se extrañó en carta a Rosas por la historia de ese maldito caballo “que puedo asegurarle, compañero, que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera... no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”.... Sin embargo no lo devolvió.

Tomás Manuel de Anchorena, viendo que López no se desprendía del moro, escribió a Quiroga que desistiese de reclamarlo y que no hiciera de esa cuestión minúscula un asunto que podía perturbar la marcha de la República, comprometiéndose a pagar su valor. Enfurecido Quiroga contestó el doce de enero:

“Estoy seguro de que pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto a usted de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que usted contiene la República Argentina, (por eso) es que me hallo disgustado más allá de lo posible”

Sarmiento en Facundo menciona el incidente: “Sabe (Quiroga) que López tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas! – exclama –, ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!”


Quiroga y Lamadrid

Al terminar su campaña de Cuyo, Quiroga se dirigió a Tucumán. Había motivos que lo impulsaban a dirimir su contienda con Javier López y con Lamadrid.

En mayo de 1830 el gobernador de Tucumán Javier López, a través de su delegado en Buenos Aires pidió que se le entregue al “famoso criminal Juan Facundo Quiroga para ser juzgado por un tribunal nacional que se nombraría al efecto”. El pedido fue publicado en El Lucero. Es de imaginarse la bronca de Facundo de verse insultado de esa forma.

No menos ni menores razones tenía Facundo en su encono contra la Lamadrid, que el año anterior, durante su comandancia militar en La Rioja y San Juan, no solo dio carta blanca a sus subordinados para actuar “con rigor”, sino que Lamadrid había insultado a la esposa de Quiroga, había engrillado a su anciana madre, y se había quedado con unas cuantas onzas de oro que Facundo tenía en su casa particular. De todo esto tenía pruebas Facundo, según los papeles que el historiador Adolfo Saldías encontró entre sus papeles.

El 30 de junio de 1830 Lamadrid le escribía a don Ignacio Videla dando cuenta de las providencias que acababa de tomar en La Rioja:

“...espero que dé usted orden a los oficiales que mandan sus fuerzas en persecución de esa chusma, que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren. A Quiroga se le han pedido doce mil pesos y seis mil a Bustos, con plazo de tres días que vencen mañana. A mi retiro de la Rioja deben ir los presos conmigo: yo los pondré donde no puedan dañar. El pueblo está empeñado que reclame la persona de Echegaray, la cual hago de oficio. A estas cabezas es preciso acabarlas, si queremos que haya tranquilidad duradera. Espero pues que usted lo tomará bien asegurado el cargo de un oficial y cuatro hombres de confianza, con orden de que en cualquier caso de peligro de fugarse, habrá llegado su deber dando cuenta de su muerte” (Manuscrito original el poder de la hija de Quiroga. Saldías Adolfo, Historia de la Confederación. T.II.p.240)

El 19 de septiembre de 1830, el mismo Lamadrid le escribe a Juan Pablo Carballo:

“Acabo de saber por uno de los prisioneros de Quiroga, que en la casa de la suegra o en la de la madre de aquel es efectivo el gran tapado de onzas que hay en los tirantes, más no está como me dijeron al principio, sino metido en una caladura que tienen los tirantes en el centro, por la parte de arriba y después ensamblados de un modo que no se conoce. Es preciso que en el momento haga usted en persona el reconocimiento, subiéndose usted mismo, y con un hacha los cale usted en toda su extensión de arriba, para ver si da con la huaca ésa que es considerable. Reservado: Si da usted con ello es preciso que no diga el número de onzas que son, y si lo dice al darme el parte, que sea después de haberme separado unas trescientas o más onzas. Después de tanto fregarse por la patria, no es regular ser zonzo cuando se encuentra ocasión de tocar una parte sin perjuicio de tercero, y cuando yo soy el descubridor y cuanto tengo es para servir a todo el mundo...” (Ibidem)

Es notable ver como este “patriota” se creía en el derecho de no ser zonzo y robar “por la patria” y “sin perjuicio de tercero”. Tampoco no tenía problemas en dejarlo confesado por escrito.

Con estos antecedentes se presenta Quiroga en Tucumán, en la campo de La Ciudadela. En las filas unitarias estaban varios de los vencedores de San Roque, La Tablada y Oncativo: Pedernera, Barcala, Arengreen, Videla, Castillo, Balmaceda y otros. Las fuerzas era similares en número: tres mil de cada parte.

Lamadrid no tiene demasiado ascendiente en su tropa, mientras que en las tropas federales se encuentra encarnado el espíritu indomable de Quiroga, que arrastra a su gente a pelear como leones.

Quiroga se ubica convenientemente. Para neutralizar la artillería unitaria lanza a Vargas sobre la infantería de Barcala. Luego ordena a Ibarra y Reinafe que lo sigan con sus divisiones, y se larga en persona sobre el enemigo, y al cabo de dos horas queda en triunfo completo.

Cuando se encuentra dueño del campo, recibe a una comisión de vecinos que va a pedirle clemencia. Facundo les muestra a los jefes que tanto lo combatieron y a los prisioneros cuya vida respetaba, no obstante lo cual hace fusilar a varios enemigos en represalia por el asesinato del general Villafañe y por el trato dado a su madre anteriormente.

Quiroga manda a buscar a la esposa de Lamadrid que se encuentra en Tucumán, para preguntarle el paradero de los noventa y tres mil pesos fuertes tomados de su casa por Lamadrid. La deja en libertad luego de cerciorase que la mujer no sabe nada, e impone una contribución pecuniaria a la ciudad, del mismo modo que lo hicieran Paz, Dehesa, Lamadrid y Videla Castillo en Córdoba, Santiago del Estero, Mendoza, San Juan y La Rioja.

Luego de la batalla, Quiroga y Lamadrid se intercambian la siguiente correspondencia:

“General – le decía Lamadrid a Quiroga -, no habiendo en mi vida otro interés que servir a mi patria (omitía el interés por las onzas de oro de Quiroga), hice por ella cuanto juzgué conveniente a su salvación y a mi honor, hasta la una de la tarde del día 4 en que la cobardía de mi caballería y el arrojo de usted destruyeron la brillante infantería que estaba a mis órdenes. Desde ese momento en que usted quedó dueño del campo y de la suerte de la República, como de mi familia, envainé mi espada para no sacarla más en esta desastrosa guerra civil, pues todo esfuerzo en adelante sería más que temerario, criminal. En esta firme resolución me retiro del territorio de la República, íntimamente persuadido que la que la generosidad de un guerrero valiente como usted sabrá dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado que nada ha reservado (salvo las onzas “de terceros”) en servicio de su patria y que le ha dado algunas glorias. He sabido que mi señora fue conducida al Cabildo en la mañana del 5 y separada de mis hijos, pero no puedo persuadirme de que su magnanimidad lo consienta, no habiéndose extendido la guerra jamás por nuestra parte a las familias. Recuerde usted, general, que a mi entrada e San Juan yo no tomé providencia alguna contra su señora. Ruego a usted, general, no quiera marchitar las glorias de que está usted cubierto conservando en prisión a una señora digna de compasión, y que servirá usted concederle el pasaporte para que marche a mi alcance...” (Ibidem)

Es notable que, derrotado, hablara en esos términos, quien antes maltrató a la madre y esposa de Quiroga, le robo unas onzas de oro, y ordenaba “que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren”

Quiroga el respondía a Lamadrid con su natural grandeza y generosidad de espíritu, y le contestaba con altura:

“Usted dice, general, que han respetado las familias sin recordar la cadena que hizo arrastrar a mi anciana madre, y de que mi familia por mucha gracia fue desterrada a Chile como único medio de evitar que fuese a La Rioja, donde usted la reclamaba para mortificarla; mas yo me desatiendo de esto y no he trepidado e acceder a su solicitud, y esto, no por la protesta que usted me hace, sino porque no me parece justo afligir al inocente”. Y para mostrarle que su proceder fue espontáneo, le agrega con la rudeza de su carácter: “Es cierto que cuando tuve aviso que su señora se hallaba en este pueblo ordené fuese puesta en seguridad, y tan luego como mis ocupaciones me lo permitieron, le averigüé si sabia donde había usted dejado el dinero que me extrajo; y habiéndome contestado que nada sabía, fue puesta en libertad, sin haber sufrido más que seis días.” Y respecto a pasaporte que le concedió, concluía su carta “No creo que su señora por si sola sea capaz de proporcionarse al seguridad necesaria en su tránsito, y es por eso que yo se la proporcionaré hasta la última distancia; y si no lo hago hasta el punto en que usted se halla, es porque temo que los individuos que le dé para su compañía, corran la misma suerte que Melián, conductor de los pliegos que dirigí al señor general Alvarado” (carta original en poder de la hija de Quiroga, publicada en La Crónica el 24 de julio de 1854 con otros documentos relativos al litigio que la viuda de Quiroga le ganó a Lamadrid)

Fuentes:
Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. T.II.
Memorias de Paz. Tomo II
Rosa, José María. Historia Argetina. T.IV.p.168