TEORÍAS CONSPIRATIVAS

por Denes Martos   -   http://www.denesmartos.com.ar


Lo confieso: me encantan las teorías conspirativas. No creo en ellas para nada, pero me apasionan. Para mí son algo parecido a los cuentos o a las novelas de ciencia ficción; ésas en las que, a partir de una base con cierto contenido de verdad o de fundamento científico, se construyen después las cosas más emocionantes y excitantes. Desde espacios elásticos que se pliegan sobre sí mismos, pasando por viajes en el tiempo y saltos en el hiperespacio, hasta encuentros espeluznantes con los infaltables hombrecillos verdes… o azules… o violetas... Cualquier color menos blanco, negro o amarillo porque eso ya sería racismo. La verdad es que no sé si varias de las teorías conspirativas que andan dando vueltas por ahí son enteramente ciertas o no; pero nadie me puede negar que resultan entretenidas. Rivalizan – y con ventaja – con la mejor novela de suspenso que uno pueda pedir.

Y en una de ésas, ¿quién sabe? A lo mejor hay algo detrás de las historias conspirativas después de todo. Franklin Delano Roosevelt solía decir que en política nada sucede por casualidad; que si sucedía, uno podía apostar a que alguien lo había planificado de esa manera. Suena coherente pero, aplicado a la teoría de la conspiración, no tiene en cuenta una serie de cosas. Por de pronto, para que haya una conspiración no es suficiente con que “alguien” la planifique; hacen falta por lo menos “algunos” para que sea una verdadera conspiración como Dios manda. La conspiración unipersonal casi no existe. Una conspiración comme il faut exige pluralidad de participantes; por definición de “conspiración”. En segundo lugar, no todo lo que sucede en política está planificado. Sobre todo cuando las cosas salen mal. En estos casos lo que termina sucediendo es, por regla general, lo contrario de lo que algunos planificaron.

Por ejemplo, estoy dispuesto a creer que, en su momento, los soviéticos planificaron cuidadosamente su invasión a Afganistán. Pero me resulta un poco difícil creer que hayan planificado también la paliza que recibieron de los afganos y de los muchachos de Bin Laden que los obligaron a irse. Como que también creería que los yanquis planificaron con mucho esmero su ayuda – en aquellos tiempos – al inhallable Bin Laden y a sus muchachos. Lo que no creo que hayan planificado es todo lo que esos muchachos hicieron después. Con lo cual, si tuviésemos que explicar los acontecimientos con una teoría conspirativa, tendríamos que recurrir a una conspiración, dentro de otra conspiración, dentro de otra conspiración. Me explico: una conspiración de los soviéticos, minada por una contraconspiración de los yanquis, perforada por una recontraconspiración de los musulmanes. No me digan que no daría para una historia apasionante. Sobre todo considerando que tendríamos que agregar otra más: la conspiración anglo-norteamericana para invadir Iraq y, de paso, desembarcar otra vez en Afganistán para tratar de dominar a los antidemocráticos talibanes.

¿Demasiado complicado? No crean. Por un lado la política es bastante compleja a veces. Por el otro lado, si el relato no fuese complicado ¿cómo haríamos para generar el suspenso? John le Carré se hubiera muerto de hambre si hubiera tenido que escribir sobre conspiraciones de desarrollo lineal. Es que hay pocas cosas más aburridas que una conspiración simple. Por ejemplo las clásicas conspiraciones renacentistas son de lo más monótono que hay. Alguien va y le dice a Lucrecia que eche unos polvitos en el vino de cierto personaje, la niña obedece solícita, durante un rato el pobre personaje se revuelca por el piso con unos tremendos retorcijones, exhala después su último suspiro y ¡zás! ya puede venir el próximo amigo de los Borja a hacerse cargo del puesto dejado vacante por el occiso. Quizás hasta de la bella Lucrecia por añadidura. ¿Hay algo más mortalmente aburrido que una historia como ésa? Haría falta todo el profesionalismo literario de un Edgar Allan Poe para hacer algo medianamente entretenido a partir de un guión como ése. Y el resultado, con toda probabilidad, ni siquiera sería una historia conspirativa sino un cuento de terror.

Lo que pasa es que las conspiraciones – las verdaderas – son realmente muy aburridas. No tienen mucho que ver con conjuras como las del viejo Adam Weishaupt que, desde 1776 con sus Iluminati y sus masones, habría venido a determinar (¡durante la pavada de 235 años!) los acontecimientos de la independencia norteamericana, la Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique y hasta el Skull & Bones y el New World Order global, más unos cuantos acontecimientos intermedios que siempre se le pueden achacar. No; las conspiraciones – las reales – pueden llegar a ser muy complejas pero resultan insoportablemente prosaicas para quien busca historias apasionantes en la Historia.

Es que el trasfondo real de una verdadera conspiración no es nunca una “conspiración” tal como la entienden y describen las teorías conspirativas. Lo que hay detrás de una verdadera conspiración vendría a ser más bien eso que mis amigos abogados llaman una asociación ilícita. Por un lado siempre hay alguien que tiene el poder. Por el otro, siempre hay alguien que aspira a ese poder y no puede acceder al mismo por medios lícitos. Como el pretendiente al poder no puede desplazar por sí mismo al que tiene el poder, forzosamente se ve obligado a buscar socios, o mejor dicho cómplices, para que le ayuden en la tarea. Y por supuesto los cómplices deben proceder con cierto grado menor o mayor de discreción por motivos más que obvios. Todas las conspiraciones auténticas han seguido siempre este mismo esquema; desde la época de los sumerios hasta la actualidad.

Todo lo que excede el esquema propiamente dicho no es más que un agregado escenográfico dispuesto para satisfacer esa necesidad de misteriosa teatralidad que tanto parece fascinar a ciertas personas. Quizás esto sea porque la complicidad genera cierta mística y luego la mística genera, a veces, cierto ritual. Así han surgido – aunque no siempre ni necesariamente – esas ceremonias más o menos extrañas, esas “filosofías” más o menos esotéricas, esos códigos más o menos secretos, y toda una parafernalia accesoria de particularidades pintorescas y simbolismos supuestamente misteriosos que, en realidad, no hacen al fondo de la cuestión. Porque el fondo de la cuestión ha sido siempre el poder, su conquista, su mantenimiento y su expansión. Lo demás es escenografía.

Una escenografía que, incluso, ha ido desapareciendo con los últimos años. Los auténticos conspiradores de hoy ya no se reúnen en oscuras carbonerías, en apartados cementerios, en lejanos castillos misteriosos y mayormente tampoco en esotéricos templos decorados con figuras pretendidamente egipcias y bajo la égida del Supremo Arquitecto del Universo. Seguramente hay todavía algunos acólitos auxiliares, adictos a esa clase de teatralidades; pero hoy en día, quienes deciden en última instancia y necesitan ponerse de acuerdo sobre las cuestiones clave de la política doméstica o mundial, se juntan en la sala de conferencias de algún hotel de primera línea, en el comedor de algún exclusivo club de golf, sobre el cómodo yate de algún miembro del grupo o en alguna discreta isla del Mediterráneo. Y en esas reuniones no me cabe la menor duda que se habla más de dinero y de negocios que de cualquier otro tema. Lo cual no excluye la asociación ilícita, por supuesto. Pero, visto desde afuera, la cosa seguramente se parece más a la reunión de los distinguidos miembros de un selecto club privado que al conciliábulo tenebroso de una banda de conspiradores clandestinos.

Tanto es así que los miembros de estos selectos clubes de distinguidos caballeros resultan bastante conocidos. Por ejemplo, que Donald Rumsfeld, Peter Sutherland, Paul Wolfowitz o Roger Boothe forman parte del Grupo Bilderberg es algo que figura hasta en la Wikipedia. Y si la consultan en inglés les aparecerán unos cuantos nombres más. El Council on Foreign Relations (CFR) tiene una página web (
http://www.cfr.org ) que cualquiera de ustedes puede visitar. Lo mismo sucede con la Trilateral Commission sobre la cual pueden informarse en http://www.trilateral.org . Hasta la masonería tiene páginas web hoy en día. La de la masonería argentina, por ejemplo, está en http://www.masoneria-argentina.org.ar . (1)  Es gracioso, pero casi-casi les diría que son pocas las asociaciones conspirativas “secretas” que no tengan una página web o que no estén referenciadas por alguna página web. Pongan, por ejemplo “Skull & Bones” en Google y diviértanse un rato. Les arrojará más de 5.300 sitios a visitar.

Por supuesto que en estos sitios y en estas fuentes no figurará todo lo que hay que saber sobre estos organismos, asociaciones, clubes, instituciones o como se los prefiera llamar. Por supuesto que en todos ellos hay “cocinas” internas en dónde se preparan decisiones, alternativas y planes que luego se proponen para su ejecución a nivel gubernamental. Además, la misma proliferación y multiplicidad de estos clubes sugiere, o bien la existencia discreta de algún centro de coordinación, o bien cierto grado de luchas internas y de disensos que reflejan concepciones o intereses divergentes. O ambas cosas a la vez. Sería infantil suponer que entre estos clubes, dónde se concentra tanto poder y tanto dinero, no existen choques de intereses y de ambiciones hegemónicas, tanto personales como corporativas. Pero averigüen ustedes qué grupo concentra el mayor volumen de poder financiero a nivel global y no les costará mucho determinar quién decide en última instancia.

Dentro de ese marco, las sublevaciones que están sucediendo últimamente en el mundo árabe encajarían maravillosamente bien en un entretejido de esta clase de conspiraciones. Tanto Mubarak como Khadafi estuvieron décadas enteras en el poder. Mubarak llegó a presidente de Egipto en 1981, casualmente después del asesinato de Anwar El Sadat. Khadafi está en el poder desde 1969. ¿Recién ahora se dieron cuenta los norteamericanos que estos dos sujetos eran dictadores inadmisibles? Admitamos que, en política, a veces las cosas tienen que madurar y los movimientos del ajedrez político no son posibles en cualquier momento. Pero ¿revueltas y protestas prácticamente simultáneas en Argelia, Libia, Túnez, Egipto, Jordania, Palestina, Yemen, Bahrein, Irán, y hasta en el mismo Irak ocupado por los yanquis? ¿Justo cuando el Departamento de Estado y el Mossad se devanan los sesos para ver cómo podrían avanzar contra Irán? ¿Con la jauría periodística sintonizando unánimemente el argumento de que se trata de manifestaciones "espontáneas"? No muchachos. Cualquiera que tenga un mínimo de experiencia política sabe perfectamente bien que movimientos de esta envergadura nunca son espontáneos. En casos así, la tesis de Roosevelt es prácticamente infalible: si algo así sucede es porque alguien lo planificó de esa manera. No nos vengan con cuentos.

Lo que realmente lamento es la pérdida del aura de romanticismo y aventura que envolvía a los tradicionales conspiradores clandestinos, fuesen éstos auténticos o inventados. Siempre solía haber algo de novelesco y hasta de quijotesco en aquellas secretas señales de reconocimiento, ritos iniciáticos, códigos indescifrables, expresiones herméticas, tintas invisibles, entornos fantasmagóricos y doctrinas esotéricas con las que estaban adornadas las conspiraciones de antaño. Por ejemplo, comparen ustedes solamente la historia de Rasputin con la de Putin. La diferencia va mucho más allá de tan sólo la primera sílaba del nombre.

No hay nada que hacerle: los conspiradores actuales serán siniestros por las guerras que arman pero sus guiones resultan mortalmente aburridos. No son más que grandes burgueses con mucha – muchísima – plata que acuerdan sus planes como más que prosaicos hombres de negocios. Y ni siquiera se esconden demasiado. Quizás porque ya no necesitan esconderse. Ya llegaron al poder. Probablemente en virtud de alguna, o varias, de sus reales conspiraciones anteriores. Tendrán que seguir disimulando un poco los objetivos de su asociación ilícita; más por una cuestión de cálculo y de prudencia elemental que por una cuestión legal. Pero ellos mismos ya no necesitan pasar desapercibidos. Nadie los persigue.

Por eso, a mí me sigue apasionando más la historia de un Rasputin que la de un Putin.

Aunque está bien, lo reconozco: lo de las conspiraciones es como lo de las brujas. Uno podrá no creer en ellas, pero que las hay, las hay. Por eso, yo no me compro lo de la "espontaneidad" de las revueltas del mundo árabe. Para mí, la cosa es mucho más prosaica: los que deciden en Israel y los EE.UU. se pusieron de acuerdo en aislar a Irán tratando de restarle todo el apoyo posible dentro del mundo árabe. No sé si, a la larga, resultará. En el mediano y largo plazo hasta puede llegar a terminar siendo un tiro por la culata.

Pero, de cualquier manera, si uno hace abstracción del enorme sufrimiento de las personas inocentes involucradas - y digamos la verdad: cuesta bastante hacer esa abstracción - toda la historia se vuelve muy aburrida. Macabramente aburrida, pero aburrida al fin. Esta película ya la vimos. Dos veces en Afganistán y dos veces en Iraq dónde todavía están buscando las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.

Por eso, si de leer historias conspirativas se trata, me quedo con la que terminó con la vida de Rasputin. Aunque, a la hora de los cascotazos, me parece que, pensándolo bien, le prestaría más atención a la de un individuo como Putin.

Creo que, al menos a posteriori, Gorbachov estaría de acuerdo conmigo.