| 
       El
      Peligroso Testamento de Sagan: 
      La Única Religión Verdadera es la Ciencia; el Hombre Viene del Topo y de
      la Musaraña y Regresa a la Nada. 
       
      por Salvador Borrego E. 
       
      Carl Sagan está siendo consagrado como el máximo genio científico de
      fines del siglo veinte; como un segundo Einstein, de quien aparece como
      hermano de sangre y de ideas. Su libro “Cosmos”
      y su película del mismo nombre han aparecido traducidos
      a todos los idiomas. Sus enseñanzas se transmiten como ciencia comprobada
      en muchísimas universidades. 
       
      Sagan dejó una obra “El
      Mundo y sus Demonios”,
      en la cual “demuestra”
      que tanto el
      deísmo como el satanismo son falsos; pura “charlatanería”,
      al igual que las brujas,
      el espiritismo, los extraterrestres o el triángulo de las Bermudas. 
       
      La única verdad –dice–
      es la Ciencia; “un
      intento en gran medida logrado, de entender el mundo, de conseguir un
      control de las cosas, de alcanzar un dominio de nosotros mismos, de
      dirigirnos hacia un camino seguro.”
      Los únicos milagros que
      han ocurrido en el mundo son las ecuaciones de Newton, de Einstein, etc.,
      etc. En resumen, que la Ciencia resulta como la única religión verdadera,
      y los científicos son los verdaderos santos. 
       
      El último libro de Sagan es reiteración de su obra “Cosmos”,
      que textualmente 
      afirma
      lo siguiente: “Hace
      exactamente 75 millones
      de años nuestros antepasados eran los mamíferos menos atractivos de
      todos; seres con el tamaño y la inteligencia de topos o musarañas arbóreas.
      Se hubiese precisado un biólogo muy audaz para imaginar que esos animales
      llegarían eventualmente a producir un linaje que dominaría actualmente
      la Tierra”.
       
       
      Eso de los 75 millones de años –ni
      uno más ni uno menos– y lo de
      la inteligencia de topos o musarañas, también medida por Sagan, son “conocimientos
      científicos” que
      han de admitirse como dogmas. Dogmas que requieren más actos de fe –millones
      y trillones más–
      que para admitir que un
      Ser Supremo creó la maravillosa existencia humana. 
       
      Admite Sagan que la materia inerte no vivía, ni sentía, ni pensaba, pero
      da un “salto
      dialéctico”
      y afirma también como dogma: “La
      materia se transformó en conciencia.
      Se organizaron moléculas, y se dio impulso a complejas reacciones químicas,
      sobre la superficie de arcillas. Y un día surgió una molécula que por
      puro accidente fue capaz de fabricar copias bastas de sí misma. Se inventó
      el sexo. Formas que antes vivían libres se agruparon para constituir una
      célula compleja con funciones especializadas... y el Cosmos pudo catar y
      oler. Evolucionaron ojos y oídos y ahora el Cosmos podía ver y oír. Y
      luego unos determinados animales arbóreos se bajaron de los árboles y se
      dispersaron. Su postura se hizo erecta...” 
       
      Si no fuera por la magia de la propaganda, difundida en todos los idiomas
      e ilustrada en películas de impactante técnica cinematográfica, todo
      eso (expuesto por Sagan), sería rechazado como conocimiento científico y
      quedaría reducido a extraña hipótesis carente de toda seriedad
      verdaderamente científica. Pero no es así. Las enseñanzas de Sagan son
      admitidas en círculos de fama internacional y repetidas en Secundarias,
      Preparatorias y Universidades como la verdad suma. 
       
      La moraleja de “Cosmos”
      es la misma que otro famoso científico,
      Jean Rostand, ya había dejado a mediados del siglo pasado en la Academia
      Francesa de la Ciencia: “Sería
      inútil que el hombre se tomara como
      instrumento de quién sabe qué designio y se jactara de servir a fines
      que lo trascienden... él no convive con una política eterna. Todo lo que
      él estima, todo lo que cree, todo lo que cuenta a sus ojos, ha comenzado
      en él y terminará en él.” 
       
      Así las cosas, ¿por qué hablamos de valores?... Si el hombre es la
      insignificancia fortuita, fugaz e intrascendente que se está enseñando
      ahora, ¿por qué no es lícito extorsionar al prójimo, robar, violar,
      defraudar, matar, etcétera? 
       
      La globalización de la enseñanza, a través de la UNESCO, va por el
      camino que señalan Rostand, Sagan y otras luminarias “científicas”.  |