UNA UNIDAD DE DESTINO EN LO UNIVERSAL

por Juan Pablo Vitali

 

A poco andar, la América hispánica se pobló de criollos. Europeos nacidos fuera de Europa. Mancebos de la tierra, como los llamaban. Como los que fundaron Buenos Aires.

La tierra que conquistaron sus padres, ya no era para ellos tierra de conquista, sino la Patria misma. La única Patria que conocieron, su territorio.

Por cultura y por derecho de sangre, sin embargo, eran también hijos de España.

Fueron cristianos a su modo. A menudo insurgentes. Hombres levantiscos marcados por el paisaje, y por las razas amigas y enemigas del continente. Ningún intercambio fue parejo ni estable. Como en todas partes, siempre hubo dominaciones en estas latitudes, aunque el pensamiento único, quiera vender la imagen infantil del buen salvaje.

Hubo amor y hubo guerra, no sólo con el indio. Se disputaban las jurisdicciones y se desconocían las autoridades. Sabemos que a menudo, la muerte era propinada por los propios, además de los ajenos.

Vimos desmembrarse nuestro imperio en una guerra civil. Guerra civil inútil, que se extendería hasta la caída de España, y de Hispanoamérica.

Luego, el pensamiento liberal o marxista, hijos de un mismo padre materialista, arrasó con su dialéctica la cultura de Hispanoamérica, de España y de Europa, dejándonos sin espíritu.

Hispanoamérica, salvaje para los anglosajones y empobrecida por ellos, se refugió en los gauchos. Esos criollos que bajo catedrales de estrellas, combatieron hasta que los políticos y las armas de las logias inglesas los derrotaron. Como siempre, el enemigo no ahorró ninguna crueldad. Sabemos que no llevan, ni un eco de Jesucristo en su alma.

En realidad, nos derrotó el sentido del mundo, el pensamiento único que despuntaba, de la mano del comercio inglés, de las logias masónicas, y de la oligarquía cipaya, vencedores de la antigua nobleza de la tierra, de los caudillos y sus paisanos, que combatieron lanza en mano el centralismo expoliador del puerto, como dignos herederos de la mejor España.

Influenciados sin darnos cuenta por la vorágine, solemos conceder cada día, algo más de nuestra cultura y de nuestra actitud de resistencia.

Toda acción contraria a la corriente, es primero una actitud cultural, y por lo tanto, una actitud espiritual.

El avance del materialismo hacia mayores aberraciones, no es en sí un avance, sino el necesario y simétrico retroceso de valores culturales y espirituales, que son los que deben organizar la materia.

Gramsci lo supo bien. Por eso lo admiran, los que necesitan la devastación masiva de valores.

Los lectores saben muy bien, que todo proceso político de fuste, emerge de un fermento cultural, de un estado espiritual de ciertos hombres y de ciertos pueblos, capaces de desarrollar la energía que Dios ha puesto en ellos, para la lucha política trascendente.

Nuestra estirpe no resurgirá, sin la reconquista de un estado cultural y espiritual. Lo primero que hay que cambiar es la actitud. Hay que ser creativo para resistir. Hay gente que todavía cree, que lo que no tiene métrica y rima consonante, no es poesía, y que un partido político, es necesariamente un instrumento negativo. Algunos van siempre para atrás, atados a ciertas formas ya vacías. O buscan excusas suficientes, para justificar su comodidad, en un reaccionarismo superficial. Nosotros, debemos ir al fondo de las cosas.

Creo que en este lejano Sur, el desorden y la pobreza, suelen protegernos espiritualmente del  sistema. Nos roban, pero como unos pocos participan del saqueo, también son pocos los que creen en el sistema que lo organiza.

Los criollos, estamos como dice el dicho: ¨ Como cuando vinimos de España ¨, pero España está peor que cuando vino a América, mercantilizada por los que nunca la quisieron. Estamos,  a ambos lados del océano que nos une, vacíos de proyecto y de poder.

Dicen que a los conquistadores los movía el oro, pero pocos lo encontraron, y menos aún lo disfrutaron. Los guerreros sólo saben combatir y morir. Otros, habrán aprovechado sus guerras y sus muertes.

Los conquistadores y sus hijos, debieran ser nuestro ejemplo. Pero esta vez, no para el beneficio del comercio anglosajón y el pensamiento único. No para la concentración del poder mundial, ni para hundirnos en nuestras guerras civiles inducidas, sino para ejercer el poder espiritual y material, que la estirpe hispánica y criolla, tiene derecho a ejercer, sobre todo su territorio.


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