CORRUPCIÓN
         por
        Denes Martos
        
       
       
      
        Cuando
        los villanos ricos 
        necesitan de villanos pobres, 
        los villanos pobres son los que ponen el precio. 
        William Shakespeare 
         
        Castigamos a los ladrones de poca monta 
        pero a los grandes ladrones 
        los elegimos para ocupar los cargos públicos 
        Esopo (hacia 500 AC) 
         
        Sólo hay una manera de saber si un hombre es honesto. 
        Pregúnteselo. Si responde que sí, seguro que es corrupto. 
        Groucho Marx
        
       
       
      Gracias al inefable e incansable trabajo de esforzados periodistas –
      entre quienes por supuesto se destaca nuestro periodista-estrella Jorge
      Lanata – en los últimos meses hemos podido enterarnos de que nuestros
      políticos son corruptos. 
       
      Uno estaría tentado de decir: "¡chocolate por la noticia!". ¿Quién
      no sabía eso? Al fin y al cabo es algo que nos viene de la época del
      Virreinato de modo que, históricamente hablando, ¿cuál es la noticia?
      ¿Acaso hubo alguna vez un político que no haya sido candorosamente
      ingenuo – por no decir un poco lelo – y que no haya sido también al
      menos un poquitín … digamos … "desprolijo"? Y, por otra
      parte, los nombres que últimamente se barajaron hasta el cansancio, ¿acaso
      no fueron denunciados hace ya cinco años atrás por esa lastimosamente
      poco exitosa denunciadora serial que es Lilita Carrió? 
       
      En Noviembre del 2008 Carrió denunciaba por asociación ilícita a Néstor
      Kirchner y pedía que se investigara a Julio De Vido, Ricardo Jaime,
      Claudio Uberti, Rudy Ulloa, Cristóbal López y Lázaro Báez. ¿Les
      suenan los nombres? ¿Y qué hizo al respecto nuestra benemérita Justicia,
      tan celosa de su intangible independencia constitucional? Lo mismo que
      ahora: les dio tiempo a todos ellos para que acomodaran los tantos,
      hicieran desaparecer documentación y se consiguieran un par de buenos
      abogados que enmarañaran adecuadamente el debido proceso hasta que un
      juez amigo y garantista llegara a la conclusión de que no había pruebas
      suficientes para dictar sentencia. Gracias, por supuesto a que nuestro
      Poder Judicial es un poder independiente. 
       
      ¿Alguno de ustedes cree que en ese constitucionalmente independiente
      Poder Judicial un Zaffaroni desautorizaría las actuaciones de un Oyarbide?
      Haría falta algo más que el quiebre de la solidaridad gremial para que
      eso ocurra. Sería algo que ya entraría en la categoría de algo parecido
      a un crimen pasional. 
       
      Seamos sinceros: en la Argentina la corrupción no es un crimen. Es apenas
      una "desprolijidad". Si te agarran. 
       
      En el sistema en el que estamos metidos, la corrupción es un método y un
      objetivo. Y además es una costumbre. Desde el jefe de compras que acomoda
      los precios con el proveedor, pasando por el infractor de tránsito que
      arregla con el policía que lo para, hasta el político que hace caja para
      financiar su actividad, el método está, podríamos decir, universalmente
      extendido. Además, para unos cuantos es directamente un objetivo. Para un
      simple chofer, para un gris empleado de banco o para un/a abogado/a sin más
      horizonte que el papeleo tribunalicio y la rosca partidocrática, ¿qué
      otro camino habría para acceder a la clase social de los nuevos ricos? Así
      como están las cosas, todo el mundo ya se dio cuenta hace rato que nadie
      se hace rico trabajando. 
       
      No nos hagamos ilusiones. No vivimos en un sistema infectado por la
      corrupción. La corrupción es el sistema. Eliminen ustedes la corrupción
      de la política y se les caerán no solamente los políticos corruptos. Se
      les caerá todo el sistema político. Eliminen ustedes la inmoralidad de
      la economía y se les atascará todo el aparato económico, especialmente
      el financiero. Y eso, si es que sobreviven al intento. 
       
      No es que yo considere que no sería una buena idea terminar de una buena
      vez con todo este sistema perverso. Pero se me ocurre que, antes de hacer
      eso, tendríamos que tener por lo menos una idea bastante concreta de con
      qué lo vamos a suplantar. Y, para eso, tendríamos que abandonar la miopía
      de querer solucionar los problemas del Siglo XXI con los criterios ya
      obsoletos del Siglo XX. Para no hablar de las ideologías perimidas del
      Siglo XIX. 
       
      Pero no seamos masoquistas. Será cierto aquello de "mal de muchos
      consuelo de tontos" pero no hay demasiados argumentos para sostener
      que la corrupción en la Argentina es algo tan excepcional. El unmundismo
      globalizador ha instaurado – por las buenas o por las malas (y más
      veces por las malas que por las buenas) – el mismo sistema básico en
      todas partes. No hace falta recordar lo del Watergate de Nixon, lo de Mónica
      Lewinsky y Bill Clinton o lo de Strauss Kahn y la morocha del hotel. Esos
      son "deslices" menores comparados con el asesinato de Kennedy o
      con el 11 de Septiembre del 2001. Ni hablemos de la hecatombe económica
      norteamericana del 2008 que después se convirtió en mundial. Lo esencial
      de todos estos acontecimientos no es que probablemente nunca sabremos cómo
      ocurrieron de verdad. Lo esencial es que podemos saber con certeza casi
      absoluta que no ocurrieron como la Historia Oficial nos dice que
      ocurrieron. Lo cual no solo demuestra que hay corruptos en el sistema sino
      que el sistema cubre a sus corruptos con un "relato" adecuado
      para proteger al propio sistema. 
       
      Es que en ese relato, la pregunta por el "quién" siempre
      tapa el "¿por qué?". Toneladas de papel y terabytes de
      información se han gastado en investigar "quién" mató
      a Kennedy, "quién" demolió las Torres Gemelas, "quién"
      hizo estallar la burbuja inmobiliaria norteamericana o, en nuestro caso
      vernáculo, "quién" se quedó con la plata robada al
      Estado. Prácticamente nadie quiere responder a la pregunta de "por
      qué" mataron a Kennedy; "por qué" se produjo
      el 9/11; "por qué" se permitieron las prácticas
      financieras que después estallaron en la crisis económica mundial. O, en
      nuestro caso, "por qué" ha sido posible que la política
      argentina terminara quedando en manos de politicastros y politicastras que
      se enriquecen mientras la gente común se empobrece. Incluso la gente que
      (todavía) tiene trabajo. 
       
      Quizás la insistencia a preguntar por el "quién" nos
      viene de la novela policial clásica en donde, como se sabe, el asesino es
      siempre el mayordomo; es decir: un personaje completamente secundario. Ése
      que en la jerga policial llamaríamos un "perejil". A la larga,
      en la literatura eso ha terminado cansando un poco porque llegó a
      volverse completamente predecible. Por eso es que al género policial clásico
      sus autores lo han tenido que variar y del clásico "¿quién-lo-hizo?"
      pasaron a la típica novela de suspenso del "¿cuándo-lo hará?"
      o a la más bien sutil trama del "¿qué-demonios-hará-ahora?". 
       
      Como puede apreciarse, una serie de preguntas bastante aplicables a
      nuestro mundillo político actual. 
       
      Aunque lo importante, de todos modos, es saber cuál de estas preguntas
      hay que hacer en cada caso concreto. Y siempre tener presente que, en última
      instancia y en muchos casos, la pregunta realmente fundamental a responder
      y la que nadie hace es la de: "¿por qué lo hizo?" 
       
      O bien, lo que a veces es más importante todavía, sobre todo en los
      casos de corrupción: "¿por qué pudo hacerlo en absoluto?" 
       
      La respuesta a esa pregunta sí que revelaría un buen par de cosas. 
       
      No pasemos por alto que, como sucede con muchas otras cuestiones de la
      vida real, la mejor forma de obtener respuestas inadecuadas es haciendo
      las preguntas incorrectas. 
       
       
       
       
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